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Redacción PERÚ21

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Poco se parecen Miraflores y San Isidro a la mayoría de distritos del Perú. Sin embargo, son referentes imprescindibles para muchos de ellos. San Isidro es el distrito financiero (por algo le dicen "Sanhattan"), allí se iniciaron los centros empresariales que hoy brotan en otros distritos. Y es el municipio que tiene el índice de desarrollo humano más alto del país. Por su carácter exclusivo, San Isidro es un modelo para otros barrios residenciales donde no existen veredas y los parques están cerrados a los "foráneos".

Miraflores representa otra cosa. Si alguna vez fue el balneario de la "aristocracia" republicana, hoy es un distrito donde conviven diversas clases medias, nuevas y antiguas. Como otros, fue subsumido por la avanzada provinciana. Miraflores es, desde hace más de dos décadas, un referente de desarrollo urbanístico para cientos de municipalidades del país. Sus servicios municipales proponen un alto estándar. El parque Kennedy ha inspirado a sus semejantes en las tres regiones. Lo mismo su parque-malecón, que hoy se extiende hasta Magdalena y San Miguel. Miraflores es un espacio popular por donde transitan y se distraen limeños provenientes de todos lados. Es un foco turístico interno y externo.

Son pues dos modelos muy diferentes y cada uno tiene sus seguidores. Pero desde hace un año en San Isidro se está gestando un proceso intenso de reformas urbanas. Pareciera que se quiere miraflorizar. Su alcalde viene cediendo las calles a los ciclistas, los parques a la gente, los fines de semana al arte y las ferias del buen vivir, entre otras cosas. Pero este esfuerzo se enfrenta a una fuerte resistencia interna. Se trata de vecinos resentidos con la democratización de la urbe, fastidiados con la diversidad social de los parques, atónitos ante la variedad de familias que formamos la metrópoli actual.

Miraflores ya pasó por eso, aunque todavía uno se encuentra con ancianos –o jóvenes que parecen ancianos– que reclaman una ciudad moderna donde vivir a la antigua. Por eso toda reforma debe sumarle al buen criterio urbanístico, el impulso cultural y educativo. San Isidro es acaso donde se hace más evidente este anacronismo, aunque lo mismo se ve en sectores de La Molina, Surco y los balnearios del sur. Para seguir avanzando, entonces, es necesario contar con una ciudadanía que valore y defienda estos avances. Si queremos una ciudad segura –porque es compartida- y amable –porque responde a las necesidades de sus habitantes-, los gobernados tenemos que poner de nuestra parte.

La semana pasada fue el aniversario de Lima. Valga esta reflexión para saludar de forma extemporánea a nuestra milenaria, polvorienta y colorida ciudad.