notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Sociólogo y comunicador

En Chile crece la ansiedad ciudadana. Los últimos y sorprendentes destapes de corrupción trastornan a una sociedad donde parecía que todo podía estar en debate, menos la autoridad pública. Son casos que involucran a políticos de todo el abanico doctrinario. Son destapes que ponen en posición adelantada a los líderes de hoy y de ayer. De pronto la imagen de una sociedad con instituciones sólidas y tradiciones políticas solventes se resquebraja desde adentro.

La molestia del pueblo chileno se traduce no solo en las encuestas, las redes sociales lucen eufóricas. Las protestas callejeras trascienden el economicismo expresando una demanda a favor de una dignidad amenazada. Por eso se entiende que los líderes de opinión señalen con tanto énfasis el incremento de la desconfianza en las instituciones democráticas. Más de un comentarista se ha preguntado si todo esto no terminará en la indeseada emergencia de un 'outsider'.

El gobierno de Bachelet luce sus peores indicadores de popularidad, después de haber levantado con relativo éxito las banderas de las reformas educativa y tributaria. Pero sobreponerse a las naturales (e interesadas) resistencias al cambio puso en una situación precaria al gabinete que las impulsó.

Fue así que el perfilado izquierdismo del gobierno se desdibujó y la presidenta se vio en la necesidad de regresar inequívocamente al centro. Los gestos y los mensajes de estas dos semanas, donde reemplazó a sus principales voceros y a una buena parte de sus ministros, han sido los de la vieja Concertación. Los empresarios celebran la moderación pero olvidan que los chilenos ya estaban cansados de aquella forma de centrismo.

Uno escucha a los analistas en Santiago y tiene la impresión de que su país está frente al espejismo de un callejón sin salida. Cuando en el ágora se escucha la palabra 'concertación', los ciudadanos hacen una mueca de fastidio pues los devuelve al discurso de la inclusión social fallida.

Sin embargo, la promesa de cambio también está descalificada, no por su contenido sino porque sus mensajeros perdieron legitimidad.

Cuando Bachelet ganó las elecciones proponiendo una nueva Constitución, se entendía que Chile quería terminar con la larga transición post-Pinochet. Hoy la promesa constitucional tiene un imperativo más radical pues debe estar orientada a refundar el pacto básico de los ciudadanos. Chile quería saldar cuentas con su pasado, ahora debe concentrar su energía para salvar su futuro.