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Sandro Venturo: Los héroes también se corrompen
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Sociólogo y comunicador
El mismo año en el que nos enteramos que Volkswagen le arrebató a Toyota el primer lugar como el fabricante que más autos vende en el mundo, supimos también que la casa automotriz alemana ha estafado a cerca de medio millón de clientes en Estados Unidos y a más de diez millones en el mundo, según su propia confesión. Sus ejecutivos han pedido disculpas pero tendrán que hacer mucho más para reconstruir una credibilidad hoy derruida, deshecha, dañada.
En jerga de mercadotecnia, Volkswagen es un "lovemark", es decir, una marca querida por sus usuarios ya sea porque los representa o porque su vínculo es fundamentalmente de confianza. Además, simboliza tecnología y sobriedad, calidad y responsabilidad social. Bueno, simbolizaba, pues lo sucedido afectará su reputación. A millones de personas, la noticia les ha producido una gran desilusión.
Como mucha gente de mi generación, en mi infancia disfruté viajando en la pequeña caja ubicada detrás de la segunda fila de asientos del Escarabajo. Hice vida social en la Combi que nos brindaba movilidad escolar. Y más adelante, saliendo de la universidad, admiré la potencia y simplicidad del Golf, gran símbolo de la escudería alemana en los rallies más épicos del planeta. Junto con otras marcas alemanas, Volkswagen es un ejemplo para quienes valoramos la compleja ecuación de diseño e ingeniería.
En el debate ambientalista de los últimos años, razonablemente enfocado en el cambio climático, la industria automotriz europea destacó por su innovación y sensibilidad. No es casual que las marcas de lujo de esta casa automotriz promuevan debates en sus revistas y seminarios acerca del desarrollo urbano y el transporte público. Pero esta injustificable estafa pone en entredicho todo esto. Nos dice que la competitividad, así realizada, desvela esa dimensión alienante del capitalismo que ya conocemos: la enfermedad del lucro por el lucro.
Bueno fuera que esto afectara solo a una marca emblemática. Esto levanta sospechas, en particular, contra los discursos de responsabilidad social de la industria automotriz y, en general, contra la mellada legitimidad social del mundo empresarial. Quienes estamos comprometidos con los enfoques de ciudadanía corporativa tenemos la obligación de radicalizar la reflexión y afilar nuestras propuestas político-culturales. Ya sabemos que el anillo del poder corrompe, inclusive a nuestros héroes. Pero saberlo no es suficiente.
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