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Sandro Venturo: Cosas simples sobre el fujimorismo

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Fecha Actualización
Hace años me crucé con Keiko Fujimori en una clínica, ambos estábamos esperando los resultados del laboratorio. Le dije, como a cualquiera, buenas tardes. Reconozco que lo dudé. Al salir me dije, necesitaba decírmelo, que lo civilizado pasa por tratar al oponente como a uno mismo. Nunca es fácil, nuestras ideas y convicciones están llenas de emociones. Trataré una vez más de evaluar al fujimorismo razonablemente.

En su primer gobierno, hizo lo que afirmó que no iba a hacer: estabilizar la economía drásticamente. Lo logró. Le dio la vuelta a un país quebrado y descapitalizado. Se deshizo de grandes pasivos estatales. Inició una reforma –que al final quedó a medias– para modernizar un Estado hecho añicos. También sabemos que la derrota del terrorismo sucedió durante su gestión, aunque ese logro no puede atribuírsele plenamente. Los campesinos, por fin aliados a las Fuerzas Armadas, expulsaron a Sendero Luminoso del campo. Y la caída de 'Gonzalo' y sus allegados en la ciudad fue obra de una Policía que actuó con cierta autonomía.

La principal huella de su segundo gobierno fue la violación de derechos humanos, la manipulación de las instituciones democráticas y la monumental corrupción que ejecutaron Alberto Fujimori y sus colaboradores, incluyendo a sus familiares. La dimensión de dicha corrupción ha ubicado al fujimorismo entre los diez gobiernos más corruptos del planeta. Nada menos. La documentación historiográfica es irreprochable. A pesar de esta historia, el fujimorismo vuelve a ser la principal fuerza política del país. Su representación en el próximo Congreso es inapelable, lo mismo que el liderazgo laborioso de Keiko. Sucede que la desilusión con los gobiernos democráticos es vasta. Y, a diferencia de otras candidaturas, la fujimorista ha sido labrada de cara al pueblo. La fuerza del fujimorismo es innegable. No es casual que las principales corrientes políticas sean el fujimorismo y el antifujimorismo.

Pero los gestos de moderación democrática de la primera vuelta quedaron atrás. En estas semanas observamos a un fujimorismo que luce sin reparos su carácter regresivo a través de propuestas y alianzas conservadoras. Acaso al polarizar están buscando romper el empate técnico. Aunque lo visto estos días es de temer: se trata del fantasma del narcotráfico que rodea al fujimorismo desde su segundo gobierno. Y esa sombra nos recuerda, además, su talante corrupto y descarado.

Pienso en la gente que le da el beneficio de la duda. También en quienes creen que la nueva generación podría redimir, en democracia, un pasado autocrático y perverso. Sin embargo, no se ve en sus líderes ninguna vocación de redención o enmienda, sino lo contrario. Creo que votar por el fujimorismo sigue significando, todavía, votar por un injustificable y deshonroso pasado.