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Sandro Venturo: Los buenos y los malos o ninguno de ellos

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Fecha Actualización
Sociólogo y comunicador

Sendero Luminoso comenzó siendo un fantasma. Sentíamos el resultado de sus acciones pero no sabíamos quiénes eran "los terroristas" ni cómo actuaban. Inclusive el presidente Gonzalo fue un mito hasta que fue capturado. Aunque para los peruanos del campo del centro y sur del país la cosa fue distinta, pues ellos vivieron la transformación de los justicieros en terroristas, ellos fueron quienes más sufrieron esa violencia que arrasó con los lazos de convivencia más elementales, derruyéndolo todo. Cuando los senderistas eran capturados por fin podíamos verles el rostro. Eran muchachos furiosos que denunciaban patrañas e incurables injusticias. Recuerdo que en la universidad ellos me atemorizaban, sentía que su mirada estaba cargada de resentimiento. Racionalmente me decía: "pero son muchachos como yo que quieren cambiar el mundo pero su método es el equivocado". Aunque la verdad es que yo sentía que no eran como "nosotros". Su vocación sanguinaria me resultaba estrictamente ajena, la sociedad que deseaban era espantosa.

Hace poco terminé de leer el libro de José Carlos Agüero, Los rendidos. Sobre el don de perdonar. Esta columna no alcanza para compartir con ustedes todos los sentimientos y reflexiones que me ha causado. Así que solo puedo tratar una de las cosas que hacen que lo considere muy recomendable. En sus páginas podemos acercarnos a qué había detrás de esas miradas y discursos confrontacionales, podemos aproximarnos a la humanidad de las familias senderistas, a sus convicciones y sinsentidos, a sus temores y esperanzas.

Ciertamente nada de eso exculpa los crímenes cometidos, pero sus páginas ofrecen la oportunidad de comprender a esos peruanos clandestinos. Así como la corrupción y el autocratismo no comenzaron con el fujimorismo sino que ellos lo llevaron a su máxima expresión, del mismo modo la "senderización" de nuestra vida social no comenzó con Sendero. La polarización en las redes sociales, la descalificación en los debates políticos, la exasperación que justifica los linchamientos barriales, la arbitrariedad con que evaluamos las leyes, la desconfianza que nos divide cada día son muestras de que el conciudadano demonizado no solo "está afuera", sino que vive entre nosotros, es más, habita en nosotros. Si Sendero existió es porque nuestra comunidad podía concebirlo.

El libro está escrito desde la conciencia de que la ferocidad de Sendero es injustificable, de que los efectos del terror son inefables, que las decisiones de los buenos y los malos estuvieron determinadas por la absoluta necesidad de sobrevivir. En el país de la intolerancia conversar desde la duda y la humildad es imprescindible, más cuando todos estamos tan jodidamente molestos.