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Sandro Venturo: Un buen país, no solo buenos negocios

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Sociólogo y comunicador

La CADE que culminó ayer ha sido interesante. Los debates acerca de las reformas estatales fueron muy sugerentes y las presentaciones de los candidatos punteros mostraron la brecha que existe entre las capacidades de nuestros políticos y los grandes retos nacionales. Voy a dedicar las siguientes líneas, sin embargo, a analizar al público que suele participar en esta conferencia, es decir, los ejecutivos peruanos.

Cuando el PBI crecía a cifras impresionantes todas nuestras energías estaban concentradas en aprovechar las oportunidades emergentes. En pleno furor no había tiempo ni cabeza para pensar en "sofisticaciones" como las reformas electorales, menos aún en el papel y la forma que debía adoptar el Estado. Esta limitación no impidió que las exportaciones y el mercado interno se ampliaran generando provechosos resultados como la disminución de la pobreza, el surgimiento de nuevas clases medias y esta solidez fiscal sin parangón. La cosa avanzó. Unos invertían asumiendo riesgos, otros trabajaban intensamente.

Ha sido recién con la desaceleración económica que brotó entre nosotros esta predisposición reformista. De hecho la CADE de este año dio cuenta de esta novedad que diversos analistas, de todos los frentes doctrinarios, ya venían subrayando desde hace algunos años. Es bueno que ya sea una moda decir que no existe largo plazo sin un Estado solvente. Pero tengo la impresión de que esta nueva sensibilidad no es más que una manera de expresar la ansiedad que nos genera la ralentización progresiva de nuestra economía. Digo esto porque creo que a la mayoría de nuestros empresarios, grandes y pequeños, formales e informales, lo que sustancialmente les preocupa es su propio beneficio. Si volviéramos al crecimiento anterior, seguramente el rollo reformista se postergaría una vez más.

Una evidencia: si bien la responsabilidad social empresarial es un discurso que se expande auspiciosamente, no deja de ser visto como un medio para hacer viables inversiones que enfrentan un entorno social cada vez más exigente o conflictivo. Se usa la RSE para mitigar, compensar, negociar, traicionando el sentido mismo de su valor estratégico. Ejemplos abundan.

Por eso el desafío de nuestros empresarios, de quienes generan empleo e invierten con empeño, es encontrarle por fin el sentido trascendente a sus propios emprendimientos. De lo que se trata es de hacer viable una sociedad integrada y saludable. Los debates sobre las reformas políticas que requerimos no deben ser reducidos a la agenda empresarial, deben suceder en un marco mayor, sustancialmente ciudadano. La cancha es más grande. En una buena sociedad habrá, sin duda, más oportunidades para los buenos negocios.