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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Sociólogo y comunicador

El fin de semana pasado me sumergí en una inolvidable experiencia. Tuve el privilegio de asistir al Jazzfest de Nueva Orleans, la tierra donde se originaron el jazz y, en parte, el blues. Su tradición musical es sin duda aquello que la hace un referente cultural relevante en el mundo. Sin embargo, su gastronomía y su patrimonio monumental no juegan un papel menor. Pero a diferencia del Perú, la principal ciudad de Luisiana atrae cinco veces más turistas que todo nuestro milenario país.

Este histórico puerto del Misisipi se forjó en el encuentro de poblaciones latinas, africanas y anglosajonas, de allí la densidad de sus costumbres. Hoy, habiendo vencido tantas diferencias internas, es después de San Francisco el espacio más amigable para la colectividad gay estadounidense. Si algo la distingue es su vibrante manera de celebrar la vida comunitaria. El jazz se baila. Las marchas fúnebres se bailan. Y hasta las desgracias que traen los implacables huracanes se exorcizan bailando, con la misma fuerza con la que el vudú sirve para curar o defenderse de los enemigos.

Un peruano se siente inmediatamente cómodo en Nueva Orleans cuando camina por sus antiguos barrios y, más aún, cuando degusta el sabor intenso de su comida criolla. No es casual, compartimos con ellos ese espíritu flexible que nos permite sobreponernos a la desgracia.

Conociendo este pueblo, fue inevitable preguntarme, una vez más, por nuestra identidad. Si quisiera encontrar en Lima una actividad cotidiana que genere orgullo popular, que articule actividades productivas del campo y la ciudad, y que nos distinga en el continente, ¿cuál podría ser? La respuesta es obvia: nuestra tradición culinaria. Así como se puede comprender mejor al pueblo brasileño a partir de una mirada antropológica y lúdica del fútbol, o a Nueva Orleans a partir de su trayectoria musical, de la misma manera nuestro movimiento gastronómico nos alumbra.

El Jazzfest convoca al año cerca de medio millón de personas, algo que Mistura está por lograr si se sigue trabajando bien. Pero en nueva Orleans toda la ciudad se moviliza con entusiasmo alrededor de su propia celebración. Es que el arte desata y el turismo, en este caso, integra. El festival es potente porque la acción cultural expande y conecta a los ciudadanos. ¿Seremos capaces de potenciar nuestras fortalezas nacionales con generosidad? Acaso los interesados en la promoción cultural (y turística) no estamos viendo todo lo que podemos lograr, en distintos ámbitos, con nuestra gastronomía.