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¿Salimos a comer?
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Primero fueron los pequeños chifas y pollerías en apartados lugares, y a partir de la medianoche. Luego fueron los restaurantes de los conos y distritos populosos, en horas de cierre. Y últimamente han sido varios renombrados restaurantes ubicados en transitadas y céntricas zonas, a tempranas horas de la noche. ¿Mañana serán los grandes restaurantes durante el almuerzo?
Los restaurantes se han convertido en el blanco preferido de las bandas de asaltantes. Y esto es muy grave.
Es la expresión de la desvergüenza, osadía e impunidad con que operan los delincuentes, que no tienen ningún problema en ingresar –pistola o metralleta en mano– a locales con decenas de clientes, mozos y trabajadores.
Que los delincuentes asalten a los ciudadanos por decenas o por cientos quiere decir que ya nada los detiene, y que, para ellos, el Estado simplemente no existe.
Pone en evidencia las malas condiciones en las que todavía trabaja la Policía, que no puede realizar un trabajo de inteligencia exitoso para identificar y detener a las bandas que se dedican a esto, y a sus proveedores de todo tipo de armas ni puede realizar con éxito persecuciones ni cercos que impidan a los delincuentes darse el lujo de "pasearse" por media Lima.
Si antes los ciudadanos se sentían desprotegidos al caminar o manejar por las calles, hoy se sienten abandonados hasta en los locales públicos y con nutrida concurrencia.
No solo está en riesgo la vida y el patrimonio de las personas –a la par que crece la sensación de inseguridad–, sino que se afecta directamente a una actividad –la gastronomía– cuyo crecimiento ha sido exponencial y que ha dinamizado un importante sector de la economía y el turismo.
Su tarea no es nada fácil, señor ministro, pero es muy urgente. Porque, si nos acostumbramos a esta dramática realidad, entonces habremos perdido totalmente el control de la calle, y con eso la guerra contra la delincuencia. Que Dios lo ilumine.
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