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Roberto Lerner: Las verdaderas tareas
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Una mamá y su hijo de tres años recorren el supermercado. Papel en mano, ella navega entre las góndolas, escogiendo productos y tachándolos de la lista que hizo antes. El niño tiene la mano en las rejillas del carrito de compras y observa con detenimiento cómo se va llenando. Hace preguntas, a veces él mismo se detiene y manipula algún envase que ha llamado su atención. A veces identifica lo conocido y "lee" la etiqueta. Una vez terminado el trámite en la caja, ayuda a su madre poniendo algunas cosas en la maletera del carro.
En casa, con todas las bolsas en el piso de la cocina, comienza la clasificación y distribución en distintos lugares. Ya tiene experiencia. Sabe qué va dónde. Mamá da indicaciones, recuerda ubicaciones y responde a interrogantes sobre alimentos, artículos de limpieza; o escucha teorías acerca de lo que vio en la tienda, en el trayecto de regreso a casa y el uso que quiere darle a una caja de cartón vacía. Mira, orgullosa, al niño llevar los individuales que han comprado al cajón respectivo. Lo hizo solo, sin esperar que se lo pidan.
El relato viene luego de que la señora me ha preguntado acerca de opciones para usar de manera óptima el tiempo libre de su hijo. ¿Algún taller sobre habilidades sociales, robótica para pequeños, inglés?
Me la quedo mirando y le digo: "No puedo imaginar nada mejor que lo que me has contado. Ni los deberes que le dejará la escuela ni las experiencias formativas que ofrecen en otros lados pueden reemplazar la interacción que tuvieron. Es perfecto: afecto, vínculo, observación, experimentación, seguimiento de instrucciones, descubrimiento, economía, física, administración, logística, mapas mentales". ¿Qué más? Así deberían ser todas las tareas.
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