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Roberto Lerner: MIPA
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Es el miedo de perderme algo.
He venido tratando los impactos de Internet en la vida individual y colectiva. Hace dos semanas escribí sobre la atención como una ventaja moral. Las mentes que no se concentran se pierden, se desvían. La ociosidad, como sabemos, madre de todos los vicios, es sinónimo de una mente indisciplinada. No atender es una forma de desorden, una patología, pero, también, un cuestionamiento del orden establecido.
Desde el punto de vista neuropsicológico, la atención es como un haz de luz, un reflector sobre el escenario de nuestra mente. Lo que está afuera no existe. Las opciones y ofertas de estimulación del exterior, y también del interior de nuestro organismo, compiten con ferocidad entre sí. Solo los ganadores, una ínfima parte, forman parte del show.
El rugido de un otorongo cuando uno está paseando por la selva le gana a cualquier otra oferta, incluso al dolor. Cuando la supervivencia está en juego no hay mucho problema. En sociedades sencillas el menú es modesto. Pero en una interconectada, globalizada, llena de eventos, concursos, opiniones, en la que cada uno de sus integrantes se convierte en canal de noticias…
En las aulas universitarias, por ejemplo, quien no atiende a lo que dice el catedrático, con toda seguridad está profundamente concentrado en los mensajes que ingresan al celular y en escribir las respuestas. O navegando las redes sociales, a la caza del último chisme, novedad o producto.
¡Tanto ocurre a mi alrededor!, ¡y ese alrededor ha crecido tanto!, ¡y la información sobre ese alrededor llega tan pronto como ocurre! ¿Cómo no voy a tener miedo de perderme algo? ¿Qué? No sé, no importa.
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