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Roberto Lerner : El lugar del otro
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Dos personas separadas por un número, uno en cada extremo del mismo, que yace a sus pies. Uno dice 6, el otro 9. No es difícil imaginar la escena, muy poco probable, pero perfectamente realizable. Ni uno ni otro, ambos, como ocurre en muchas situaciones en las que el lugar que uno ocupa determina nuestra apreciación de la realidad.
En este caso la verdad no está en juego, tampoco las intenciones, pero la posibilidad de entendimiento radica en la comprensión de la perspectiva, la capacidad de ver el mundo como otros lo ven desde lugares que no son el nuestro. Eso, me dirán, es evidente. Sin embargo, no es algo que puede hacerse sino a partir de determinado momento del desarrollo. Si a un niño pequeño le pido que me describa un objeto como yo lo estoy viendo cuando estoy en el otro lado de la mesa, se va a referir al que él tiene al frente.
Cuesta ponerse en el lugar del otro, tanto desde el punto de vista cognitivo —el caso que hemos descrito— como desde el punto de vista de los afectos. Es una habilidad importante, especialmente en un mundo marcado por la diversidad de todo tipo; y en colegios o empresas hacemos todo para que se desarrolle y consolide.
Pero se está exagerando. Primero porque se transmite el mensaje que es fácil. No lo es. Requiere esfuerzo. En un extremo, patología, como ocurre con siamesas unidas por el hipotálamo, que reciben la misma estimulación sensorial y una se refiere a la otra como "YO". Pero con el cuento de ver las cosas como las ven los demás —de otro género, otra cultura, otra ideología— nos eximimos del mayor milagro humano: compartir, generar metáforas, hacer puentes, sin dejar de ser, orgullosamente, nosotros mismos.
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