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Redacción PERÚ21

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Pene, vagina. Más pelo en la cara, menos en la cabeza. El primer par es radical en cuanto a su presencia o no en hombres y mujeres. El segundo es muy marcado aunque menos tajante, si se me perdona el término cargado de ecos freudianos. Ese tipo de diferencia marca la comparación entre los grupos. Por eso la mujer barbuda tiene un lugar en un circo. En otras dimensiones las cosas son menos claras: los hombres son más altos y más corpulentos. El tamaño del cuerpo distingue a los dos grupos en promedio, pero también hay considerables variaciones dentro de cada uno.

Aunque en los últimos años hemos vivido con la idea de que hay un cerebro masculino distinto del femenino, lo que arroja capacidades marcadamente distintas —por ejemplo, la orientación espacial, el manejo de números, la empatía o la capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo—, las investigaciones meticulosas sobre la arquitectura del sistema nervioso no sustentan una distinción radical.

Cuando uno explora el cerebro humano, muchos cerebros, hay algunas diferencias en promedio, pero muy pocos —hasta un 8%— contienen todos los rasgos que se espera de uno u otro género. El 84% del resto de nuestros congéneres tienen de uno y otro, en distintas combinaciones dentro de un continuo. En otras palabras, hay más diversidad dentro de cada grupo que entre los grupos. Eso significa que, basados en el género de una persona, es muy poco lo que se puede predecir sobre el futuro curso de su vida. Salvo que un varón no va a dar a luz.

¿Será, entonces, innecesario consignar en documentos oficiales si uno es hombre o mujer? No lo sé, pero cada vez menos categorías son absolutamente biológicas.

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