Keiko Fujimori fue detenido el pasado miércoles por una investigación en relación al caso Cocteles. (Foto: USI)
Keiko Fujimori fue detenido el pasado miércoles por una investigación en relación al caso Cocteles. (Foto: USI)

Keiko Fujimori no ganó la Presidencia. Por segunda vez se le quemaba el pan en la puerta del horno. Sin embargo, en julio de 2016, había conseguido lo que muchos líderes políticos soñarían. Era la dueña de un partido fuerte, con amplia recordación y una mayoría insólita en el Congreso. Por ende, tenía la cabeza de PPK en bandeja de plata, podría haber capitalizado el menor error del flamante mandatario y, poco a poco, convertirse en el rostro de una oposición fiscalizadora pero constructiva. Sin mucho esfuerzo, hubiese hecho de la crítica la mejor campaña hacia 2021. Ser mujer le hubiese sumado puntos (en los años del ‘Me too’) y hasta hubiese podido demostrarle al país que, en efecto, el suyo era un nuevo fujimorismo, con propósitos de enmienda.

En el año del bicentenario de la Independencia, Keiko Fujimori Higuchi bien podría haber sido elegida la primera presidenta del Perú. En lugar de eso, la heredera política de Alberto cometió los peores errores en los que alguien que aspira al más alto cargo del país podría incurrir. Y todos a la vez.
Utilizó su poder político para hacerle la vida de cuadritos a PPK de forma burda y vulgar, siendo la censura del ex ministro de Educación Jaime Saavedra el primer paso hacia su autodestrucción.

Perdió de vista que los que creía “sus seguidores” seguían siendo en buena cuenta los de su padre. Entonces, lo reemplazó por asesores tan adulones como ambiciosos. Se deshizo de la vieja guardia y relegó a su hermano a un segundo plano que este no estaba dispuesto a aceptar, especialmente porque, para Kenji, su padre nunca dejó ser el único y auténtico líder.

Keiko se emborrachó de poder. Como Isaac Humala diagnosticó a su nuera Nadine. Hoy, la lideresa sufre la resaca en una celda de la Prefectura.