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Regreso con y sin gloria
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Estando fuera del derecho, corresponde regresar a él y nadie mejor que el Tribunal Constitucional (TC), el intérprete supremo de la Constitución, para ese cometido. Sin embargo, será mejor que no lo haga solo. Que los otros poderes del Estado le presenten un “armisticio”, una transacción para que él la resuelva. El Presidente cede y pierde su disolución fáctica del Congreso y éste, su archivo a la propuesta de “nos vamos todos”. Con las cesiones recíprocas el Perú gana el regreso de todos, con y sin gloria, a la constitucionalidad, el Estado de Derecho y la forma Republica de Gobierno.
En ese trance, el Congreso reconoce que “los hechos son más fuertes que los textos” (Léon Duguit) y aprueba el mismísimo adelanto de elecciones generales que el Presidente de la República le requirió y, a su vez, el Presidente reconoce el error y el Congreso amnistía (olvida) el acto de disolución fáctica del Congreso y los actos relacionados o derivados de esta.
Al presidente de facto le ruego entender que el rechazo de la cuestión de confianza de un Congreso no surge por interpretación. Debe ser un acto nacido de una votación, en el seno del Congreso, con forma y rigor expresos. Pensar distinto es secuestrar el principio de legalidad de los actos públicos. Los actos del Congreso son públicos y están regidos por el principio de legalidad y no por el de la libertad de formas que está reservado para los privados. El Congreso no es privado, es público.
Y, así, a ambos Poderes del Estado pido entender que ninguno es el acólito del otro y que tienen la oportunidad, con y sin gloria, de regresarnos al régimen constitucional del que nunca debimos provocar apartarnos o derechamente irnos. A cada quien, según sus actos.
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