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Premiar la mediocridad
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El Perú –y en general el mundo– no suele ser meritocrático. Nuestro lugar de nacimiento, sexo, color de piel y redes de contactos todavía tienen una influencia decisiva sobre nuestras oportunidades académicas y carreras profesionales. Esta realidad debería encontrar nuestro rechazo siempre, pero es en el Estado donde menos debemos tolerarla, pues está reñida con los valores democráticos y los principios de justicia que este debe promover.
No obstante, los actuales integrantes del Congreso parecen desdeñar la meritocracia. Así lo han demostrado con la aprobación de dos normas nocivas. La primera, de fines de agosto, habilita el ascenso automático de profesionales de salud por años de servicio, eliminando cualquier requisito de evaluación de conocimientos o desempeño.
La segunda, aprobada este jueves mientras se disputaba el Perú-Paraguay, permite la reposición en sus cargos a unos 14,000 docentes que en 2014 desaprobaron o no rindieron una evaluación realizada en el marco de la reforma magisterial.
Ambas leyes sientan un precedente desastroso. ¿Para qué prepararse y esforzarse, si al final del día los mediocres serán tratados igual que los empeñosos? Se premia a los peores y con esto se castiga a los ciudadanos que reciben los servicios en sectores tan fundamentales como salud y educación.
Me pregunto con qué autoridad estos docentes exigirán empeño a sus estudiantes. Y me cuestiono también si será posible mejorar nuestro precario sistema de salud cuando este premia la mediocridad. Con iniciativas así, no debería sorprendernos que el Perú sea de los países con peor resultado sanitario ante la pandemia y se encuentre en la cola regional en indicadores educativos.
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