Mujeres realizan compras en Super Mercados en Miraflores
Mujeres realizan compras en Super Mercados en Miraflores

Insisto en lo que comenté ayer: el apuro por terminar con el confinamiento y reactivar la economía podría llevarnos a un lugar peor que en el que estamos hoy, acelerando el crecimiento de infectados, poniendo en mayor riesgo a quienes menos tienen y haciendo sufrir más a la economía. Pero esta alerta parece importar a pocos. La presión por levantar las restricciones es cada vez más fuerte, como si hubiésemos olvidado que el sistema sanitario está pendiendo de un hilo, que en ciertas regiones no hay camas desde varios días atrás, que las muertes incrementan a diario y que las proyecciones anuncian que viene lo peor.

Como, imagino, nadie tildará al economista Waldo Mendoza de desfasado o de querer arruinar al país, recomiendo su columna de ayer en Gestión, en la que escribe que “en perspectiva, mirando no solo esta semana ni este mes, sino este año y el siguiente, creo que hubiera sido mejor, para la salud y la economía del país, posponer la medida hasta estar seguros de que la curva del COVID-19 ha logrado ser aplanada”. Tiene razón. Quien haya seguido de cerca la trayectoria de contagios fácilmente llegará a la conclusión de que un levantamiento de restricciones sin una estrategia fina seguramente traerá un incremento de contagios que hará más difícil superar la peor parte de esta crisis, lo que, además, traerá mayores costos. Como también comenta Mendoza, un último esfuerzo fiscal de apoyo financiero a personas y empresa sería mejor para la salud y la economía del país en el largo plazo.

Hay muchas cosas por mejorar o corregir, pero desesperarnos puede terminar siendo peor. Es en este momento en el que se necesita templanza, conscientes de que estamos pasando por una tormenta, pero también de que esto no ha terminado y que necesitamos ver el bosque completo. Que la angustia por pasar la página no deshaga todo el sacrificio que ya hemos realizado.