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Pierre Castro: Nevermore
“(…) y el cuervo de Edgar, que se había puesto a volar, le gritó: ¡Nunca más! Entonces desperté”.
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Escritor y profesor
Ayer soñé que llegaba al salón y entre mis alumnos veía sentado a León Tolstói. Al principio no lo reconocí porque era un niño como los demás, pero, como era extraño ver a un niño con una barba tan larga, me lo quedé mirando y le dije oe weón, ¿tú no eres el de Ana Karenina? Iba a contestarme, pero lo interrumpí, porque detrás de él vi a otro alumno que estaba prendiéndose un pucho. ¡Carajo, aquí no se puede fumar!, grité. Profe, ¿que este no es un curso para escribir cuentos? Sí, claro, le respondí. Ya pues, profe, escribir es un acto complementario al placer de fumar, me dijo mientras daba la primera pitada. Ahhh, tú debes ser Julio Ramón… le dije cuando vi que por la ventana se estaba metiendo un orangután. Csmre, empecé a evacuar a todos los chibolos que gritaban y se atropellaban. Un niño pálido como la muerte gritó: ¡Es mi orangután, no hace nada! Regresamos al aula. El pequeño Edgar sentó al enorme primate en una carpeta junto a su cuervo y a un gato negro que se empeñaba en rascar la pared. ¡Orden!, grité, ¡orden! Estaba ya decidido a empezar la clase cuando vi que una niña se acercaba con dos cables pelados a otro que se había dormido. ¿Qué hace, señorita Shelley?, pregunté. Lo voy a devolver a la vida, dijo, y le puso los cables en el cráneo. Después del estallido eléctrico se armó el relajo. El niño dormido se despertó convertido en un insecto y se puso a correr por las paredes. Un pequeño barbón sacó una escopeta y se puso a dar de tiros al insecto, pero, como no conseguía darle, se metió el cañón a la boca y se reventó el cerebro. ¡No, Ernest! Las hermanas Brontë se abrazaron asustadas. Ray cogió todos los libros de sus amigos y los hizo arder a 451 grados Fah-renheit. Anaïs y Henry se metían mano en una esquina. Bukowski preguntó cuándo carajo íbamos a salir al recreo y el cuervo de Edgar, que se había puesto a volar, le gritó: ¡Nunca más! Entonces desperté. Fui a lavarme la cara, me vestí y me fui a clases. Antes de abrir la puerta del salón, temblé. Una semana más, me dije, una semana y salimos de vacaciones.
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