Pequeñas f(r)icciones: Zamir, ¿el mal necesario?
Pequeñas f(r)icciones: Zamir, ¿el mal necesario?

Rodeado de prácticamente todos los empleados de su empresa de seguridad, y alentado por un improbable grupo de seguidores que lo consideran una suerte de prócer de la democracia, , el desprendido empresario que tiene en vilo al país, mira sin miedo a las cámaras y, a través de ellas, se dirige, directo y sin escalas, a Pedro Castillo, el único interlocutor que considera válido. “Máteme, señor presidente”, declama, como recordando alguna otrora actuación escolar, “si quiere callarme, tendrá que matarme”. Si bien es innegable la carga dramática que late en sus palabras, se trata de un reto desafortunado considerando lo difícil que se le hace a nuestro mandatario distinguir si un ser –por ejemplo, un pollo– estaba vivo o estaba muerto, o las dos cosas.

Como un artista que acaba de salir de un concierto, Villaverde atraviesa a empellones la nube de periodistas y cámaras que lo separan de su camioneta. Apenas ingresa, su abogado hace lo propio, detrás de él. Apenas cierran la puerta, ambos se miran, complacidos.

–Bueno, ya está –dice el abogado–. Ya pusimos la denuncia por el seguimiento que te estaba haciendo la Policía. Esto va a dar que hablar.

Villaverde termina de acomodarse en el asiento. Se baja el cierre de la casaca.

–A ver si así me dejan tranquilo.

–Dime, a todo esto –dice el abogado–. ¿Cómo supiste que te estaban siguiendo?

–Es que yo le hago seguimiento a la Policía.

El abogado alza las cejas.

–Mejor no entremos en detalles.

–¿Y qué me dice de mis declaraciones, doctor? ¿Cómo lo hice?

–Bien.

–¿Solo bien? Yo creo que lo hice excelente.

–Estuvo bien –dice el abogado, mirando por la ventana a los fotógrafos que, rezagados, intentaban alcanzar al auto ya en marcha.

–Pero algo no le gustó.

–No, es solo que por ratos te noté un poco sobreactuado. Como ayer que dijiste eso de que todo lo hacías por la patria. La gente se da cuenta cuando alguien suena falso.

Zamir lleva su cabeza hacia atrás y la mueve por la orilla del cuello, como quitándose el estrés.

–¿Y si en verdad yo lo hago por el Perú?

El abogado alza los hombres y lo mira en forma repentina.

–Concentrémonos en que no vuelvas a la cárcel. ¿Te parece?

Zamir se apresura en responder, pero luego calla y se concentra en lo que dicen en la radio.

–Sube volumen –le dice al chofer, abriendo más los ojos–. Están hablando de mí.

“… le recomendaría a ese señor que deje de inventar cosas en contra de una persona tan honesta, tan decente como es el presidente Castillo. Yo le he dicho al presidente que hay que querellarlo, pero el presidente, que tiene una nobleza que yo no he visto en nadie, me dice que no, que se trata de un pobre hombre que diría cualquier cosa por salir en libertad”.

–Sí, tienes razón –dice el abogado–. Está hablando de ti.

–¿Quién es? –pregunta Villaverde.

–Me parece que es el abogado de Castillo.

–Así que hablo por las puras. Quisiera verle la cara cuando por mí saquen a Castillo. Ahí lo quiero ver.

En la radio, la voz metalizada continúa.

“… y después de todo no hay que olvidar, ¿quién es Zamir Villaverde? Este señor ha sido expulsado del Ejército por actividades ilícitas, fue capturado como parte de una banda que iba a robar un local en Miraflores. Ha estado dos veces en la cárcel. Por favor, ¿de qué estamos hablando?”.

–Esto ya es personal –dice Villaverde.

El abogado da un gran suspiro.

–Mira, Zamir –le dice– aquí no importa tu pasado sino tu presente. Tú ahora eres un empresario respetable.

“Yo no quiero decir cosas que no puedo probar, pero es raro, ¿no? ¿Cómo así, de pronto, Villaverde tiene una empresa de seguridad? No por gusto lo han investigado por lavado de activos. Y fíjese la ironía, su empresa es de seguridad todavía”.

–Este tipo ya se está pasando. No sabe con quién se está metiendo.

–Tranquilo, Zamir.

En ese momento, el chofer pisa a fondo el freno y su cuerpo, el del abogado y el de Zamir se van, de golpe, hacia adelante.

–¡Carajo! –lanzó Zamir– ¿Qué pasó?

–Perdone, jefe. Se me cruzó una bicicleta.

El abogado y Zamir intercambian miradas, mientras el auto retoma su camino. En seguida, vuelven a tomar atención a la radio.

“Ayer creo que lo escuché. Estaba diciendo que todo esto lo hacía por el país, por el amor a la patria. Imagínense, ahora resulta que Villaverde se preocupa por el Perú. ¿Y cuándo quería coimear a los funcionarios? ¿Qué iba a hacer con sus ganancias? ¿También iba a repartir a toditos los peruanos el dinero mal habido?”.

–¡Ah, no! Ya me cansé de esto –dice Zamir, luego mete su mano en la casaca y extrae su celular.

–¿Qué vas a hacer?

–Voy a llamar a la radio. Qué se ha creído ese. Voy a desmentirlo.

–A ver, ¿te expulsaron o no del Ejército?

–No, para nada.

–¿Estás seguro?

–Claro, me expulsaron de la FAP.

El abogado pasa su mano por la frente y entrecierra los ojos.

–¿Y qué hay del asalto? ¿De verdad te detuvo la Policía antes de asaltar un local?

–Totalmente falso. Me detuvieron después.

–¿Y has estado en la cárcel dos veces?

–Sí, pero en contra de mi voluntad.

–¿Y qué me dices de la empresa? ¿De dónde sacaste el dinero para constituirla?

–Tienes razón, no vale la pena –dice y guarda el celular.

–Ya te he dicho, Zamir –dice el abogado–. En el caso de Castillo, no importa tu pasado, sino lo que has aportado a la Fiscalía.

Villaverde se vuelve a acomodar en el asiento. Una luz de tranquilidad asoma en su rostro.

Minutos después, Villaverde llega a su residencia. Camina hacia su estudio y se deja caer sobre su sillón preferido. Apoya los codos y cierra los ojos. La mirada interna lo invita a la reflexión. ¿Y si en verdad ha sido elegido? ¿No dicen que los caminos del Señor son misteriosos? Quizá, piensa, el único motivo de su existencia es terminar con el Gobierno de Castillo. Hace un año pensó que el motivo era enriquecerse ilícitamente, pero nadie es perfecto. Después de todo, sostiene, el héroe no nace, sino se hace. Y, a veces, como él, se deshace.