"Para llegar al penal Barbadillo, situado en la Diroes, se debe tomar la carretera central".
"Para llegar al penal Barbadillo, situado en la Diroes, se debe tomar la carretera central".

Para llegar al penal Barbadillo, situado en la Diroes, se debe tomar la Carretera Central, recorrerla durante algunos kilómetros y luego doblar a la derecha hasta toparse con el destino final. Ahora, si uno está muy apurado y quiere llegar lo antes posible, puede optar por dar un golpe de Estado. ¿Y por qué estaba interesado en ir a la Diroes? Bueno, pues porque tenía una misión impostergable, un objetivo que no podía esperar más: hacerle una entrevista presencial al expresidente Pedro Castillo.

Todo lo que vale la pena requiere un gran esfuerzo, a veces de dos. Sabía entonces que no sería sencillo. Lo primero que correspondía hacer, aun sabiendo que serviría de poco o nada, era agotar las vías formales. Así que mandé varios requerimientos al INPE para que se me permitiera realizar la entrevista. Todas las respuestas fueron negativas, pero tanta fue mi insistencia que, al parecer, el INPE quiso compensar de algún modo mi tozudez y, aunque me reiteraba que la entrevista con Castillo no podía ser, en cambio, me ofrecían una con su vecino octogenario, el también expresidente Alberto Fujimori.

Confieso que me sorprendió la propuesta. No tenía ninguna intención de entrevistar a Fujimori, pero la verdad era que hubiese sido tonto rechazarla. Luego de varios minutos de meditación, la idea me llegó como un ramalazo.

Escribí al INPE agradeciéndole y aceptando la entrevista a Fujimori. Acto seguido, le ofrecí al INPE cambiar la entrevista que acababa de aceptar por solo media entrevista a Castillo. Se trataba de una contrapropuesta audaz, creativa, pero, seamos sinceros, también impregnada de -como decía Ricardo Palma- de “mucho alcaloide de cojudina”.

Cuando los funcionarios del INPE recibieron mi propuesta, se quedaron pasmados. Les pareció un acuerdo bastante razonable, pero, en el fondo, sentían que algo estaban perdiendo de vista. Al final, para mi gran sorpresa, aceptaron. Sin embargo, mi alegría duró poco. Una hora antes del ansiado encuentro con Castillo, el jefe del INPE me llamó y, sin ningún reparo, me dijo que no, que no hay entrevista ni media entrevista con Castillo, ni tampoco entrevista completa con Fujimori y que vaya a intentar timar a otra institución. Y, antes de colgar, agregó que me declaraba persona non grata y me prohibía el ingreso a cualquier penal. Bueno, bien visto, esto último no estaba mal. Era casi como una tarjeta de salida de la cárcel del monopolio.

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Ahora que toda vía formal había quedado descartada, había que empezar a explorar otras opciones. Llamé entonces a un amigo para ver si conocía a algunos oficiales encargados de la sede de Diroes. Me dijo que no, pero que iba a preguntar a un par de contactos que tenía. Y resultó que estos no sabían, pero igual prometieron intentar con otros amigos y otros contactos y, de alguna manera, el asunto se fue ramificando. Una tarde, días después, me llamaron para preguntarme si yo conocía a los oficiales encargados de la Diroes…

La solución me vino al releer la noticia: Expresidente Castillo recibió casi 150 personas en los primeros días de su detención. Parecía mentira, pero era verdad. El preso más incomunicado del país había visto a más gente en una semana que yo en todo el año pasado (nota mental: debo salir más de casa). Decía que la idea me vino cuando vi la noticia. Tanto me preguntaba cómo iba a llegar, cómo iba a entrar y la respuesta vino sola: tenía que hacerme pasar por alguien. La elección natural me pareció hacerme pasar por abogado.

Llegué el viernes por la mañana a la Diroes. No puedo negar que estaba nervioso. Para mi fortuna, había una nube de personas pugnando por ingresar a ver Castillo. Estaban los simpatizantes que habían venido por cuenta propia y les llevaban algunas viandas. Estaban los dirigentes de Perú Posible que también querían una cita con él, pero que luego se conformaron con las viandas que habían llevado los simpatizantes. Finalmente estaban los abogados. Eran decenas que daban las más diversas razones para que les permitan estar cara a cara con el golpista frustrado: “vengo desde Cajamarca para que firme un documento para un fideicomiso”, “soy el abogado del abogado Benji Espinoza y quiero conversar con Castillo sobre algunos pagos pendientes que le tiene a mi cliente”, “soy especialista en derechos humanos y quiero corroborar que el señor Castillo se alimenta como congresista” y un largo y abogadil etcétera. Yo aparecí en medio del enjambre y, con el mayor cuajo del mundo, le dije al oficial que era el nuevo abogado de Castillo y que el mismísimo expresidente me estaba esperando ese preciso momento. Y, agregué, que me diga si me va a dejar entrar o no para avisar al Ministerio del Interior, de Justicia y al INPE. No sé si los planetas deben haberse alineado o el oficial pasó por ese momento de penosa candidez; solo puedo decir que me dejaron pasar.

Llegué escoltado por un suboficial y, sin más, ahí estaba frente a Pedro Castillo, el dictador más torpe de la historia del Perú.

-¿Quién eres tú? ¿Otro que quiere ser mi abogado?

-No, lo que quiero es entrevistarlo.

-¿Entrevistarme? -preguntó desde su silla de madera.

-Sí, solo será un par de minutos.

Castillo me miró con desconfianza.

-No le voy a responder nada. Yo elijo a quién le doy una entrevista y a usted no se la voy a dar por ningún motivo. Jamás responderé ninguna de sus preguntas.

-¿Está seguro de que no me va a responder?

-Completamente seguro.

-Ni siquiera va a decir algo sobre eso que dice que usted no dio un golpe de Estado.

-No, tampoco de eso. Pero que quede claro que yo nunca di un golpe.

-¿Pero todo el país lo vio leyendo ese mensaje?

El expresidente no pudo evitar la sonrisa.

-Ese mensaje fue solo una declaración de intenciones. ¿Acaso algo de lo que dije se cumplió? ¿Acaso se disolvió el Congreso? ¿Acaso el Poder Judicial se reestructuró? ¿Acaso alguien arrestó a la fiscal de la Nación? No, nada de eso ocurrió. ¿Entonces de qué se me acusa?

-De dictador.

-¿Dictador? Mire, mejor retírese antes que llame a seguridad.

-Solo déjeme hacerle una última pregunta. ¿No se arrepiente de haber utilizado al Estado como si fuera un botín para usted y su familia?

-Yo no soy un corrupto.

-¿Lo puede jurar?

Castillo se levantó de su asiento y miró hacia los alrededores, como buscando alguna ayuda.

-Dígame, señor expresidente. ¿Puede jurar que no es un corrupto?

En ese instante, uno de los guardias apareció.

-El señor se retira -dijo Castillo, señalándome. El guardia me miró y se puso a mi lado, para escoltarme.

Yo asentí. Antes de irme, miré a Castillo.

-Esta sí que es mi última pregunta. Si tuviera al frente a Dina Boluarte, ¿qué le diría?

-Si la tuviera al frente le diría, Dina, ¿qué haces aquí en Barbadillo?

El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

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