Pelé Pelé bananas. (Foto: RT)
Pelé Pelé bananas. (Foto: RT)

Hace una semana, David Datuna pagó US$120,000 por un plátano sujetado a una pared blanca por una cinta de gutapercha gris, que lo cruzaba diagonalmente. Después se lo comió. Llamó al acto “Artista hambriento”. Fue con sus abogados por si lo acusaban de destruir una obra de arte que, para los entendidos, eso era el bendito plátano. Suena extravagante. Sin embargo, los expertos explican que arte no es solo reproducir la belleza convencional. También es buscar lo nuevo y, para eso, hay que provocar, romper moldes y cruzar fronteras. En ese intento se construye una estética nueva que, al principio, parece escandalosa o ridícula. Por ejemplo, en 1866 Gustave Coubert pintó en primer plano la entrepierna de Constance Quéniaux, desnuda tal como era, con vellos, vulva y todo. Lo llamó “El origen del mundo”, se ocultó por pornográfica, pero hoy es una de las piezas maestras del D’Orsay en París. En 1917, Elsa von Freytag reprodujo el urinario de los baños públicos, Marcel Duchamp lo exhibió bajo el nombre de “La fuente” y hoy varios museos se pelean por tener una réplica. En 1962, Andy Warhol pintó una serie de 32 latas de sopa Campbell, que se exhibe como un ícono del arte moderno en el MOMA de Nueva York. Para cerrar la polémica se pontifica que el “Artista hambriento” puede hacer con su plata lo que quiera y que le aproveche el arte, o el plátano.

Pero igual no nos tragamos ese gasto tan enorme. No hay argumento que valga si el verano que viene anuncia las desgracias de siempre: desplazados por desbordes de ríos y damnificados por huaicos en la costa; ganados muertos de hambre y niños chaposos de puro frío en la puna. Haciendo que la pobreza sea aún más pobre. Es que cuando falta, nada humilla más que el despilfarro. La paradoja del debate es que nos indigna el despilfarro ajeno y no el propio. Es el caso de la corrupción. Celebramos los problemas judiciales de los políticos coimeados, pero somos muy permisivos con las empresas corruptoras. La coima que han pagado estas empresas no era plata de ellas sino nuestra, salía de los sobrecostos que cobraban al Estado. Hemos perdido miles de millones de dólares. Peor aún, el miedo a ser procesado paraliza las decisiones burocráticas de futuras inversiones. No es que como país, figurativamente hablando, hayamos despilfarrado dinero comprando arte controversial. Lo que hemos hecho es aparentar ser ricos para prender cigarros con billetes, cuando no tenenemos ni para pagar el alquiler. Da rabia. De nosotros depende de que no ocurra nunca más.

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