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Pequeñas f(r)icciones: Si vas para Chile, salúdame a Santiago

El siguiente texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

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El siguiente texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
Un hecho inaudito, sin precedentes, ocurrió hace pocos días en Chile. Mientras, como era de esperarse, las grandes cadenas de noticias se desvelaban por mostrar las miserias de la guerra en Rusia y Ucrania, al otro lado del planeta, en el país sureño, se escribía una de las páginas más notables -y más divertidas- de la historia contemporánea: la visita del presidente Pedro Castillo.
A varios miles pies de altura, cómodamente sentado en el avión presidencial, Castillo tenía los ojos apuntando hacia la ventana. Sin embargo, hacía ya varios minutos que no miraba más que la oscuridad del sueño.
-Señor presidente -dijo el edecán, acercándose-, ya casi llegamos.
Castillo, con mucha dificultad, empezó a despegarse los ojos.
-Estamos a punto de aterrizar. Tiene que alistarse. Acuérdese que, al bajar, una delegación lo está esperando.
-¿Una delegación de qué?
-De policías y militares.
El presidente terminó de despabilarse.
-Pero, ¿por qué? ¿No me digas que Karelim sacó los audios?
-No, señor presidente. La delegación es de bienvenida.
-Ah, sí, claro.
El edecán entrecerró los ojos.
-¿A qué audios se refiere?
-A ninguno.
-Entiendo, no se preocupe. Yo no he escuchado nada.
-No se equivocaron los que me recomendaron que te escoja como edecán.
-¿Le hablaron de mi lealtad?
-No, de tu sordera.
-Como sea, le agradezco, señor presidente.
De pronto, parado, junto a la butaca presidencial, un destello pareció alumbrar el rostro del edecán.
-Acabo de recordar qué iba a decirle. ¿Cómo le fue con el informe?
-¿Cuál informe?
-El informe que Cancillería le preparó sobre Chile y sobre la relación con el Perú.
-¿Hay un informe de eso?
-Claro.
-¿Y por qué no se me informa de estas cosas?
El edecán contuvo una mueca de fastidio.
-Pero, señor presidente, antes de despegar yo mismo se lo di y le pedí que lo revise.
-¿Estás seguro?
-Claro. Incluso le pedí que, si es posible, estudie las partes esenciales.
-Ahora que lo dices, creo que sí. Recuerdo que empecé a leerlo -dijo y luego miró por los lados-. Pero dónde lo habré puesto.
-Ahí está -dijo el edecán, señalándolo y recogiéndolo del suelo.
-Debo haberme quedado dormido -dijo Castillo, con un tono de voz más bajo, como si lo dijera avergonzado.
-No se preocupe, señor presidente. Más bien, hagamos una cosa.
-¿Qué?
-¿Qué le parece si mejor no declara a la prensa chilena?
-¿Cómo dices?
-Sí, mire. En Cancillería prepararon el informe para que pueda hablar algunas cosas básicas sobre la relación entre nuestros países, pero si no ha podido leerlo, es mejor que no declare. Usted sabe, para evitarnos problemas.
-De ninguna manera.
-Pero no le pedimos nada fuera de lugar. Total, en el Perú usted no declara. Acá ni siquiera tiene la obligación de hacerlo.
-Por lo visto, en Cancillería creen que soy un tonto inútil.
-No, señor presidente. Nadie duda de su utilidad.
-Pues que se jodan. El presidente del Perú soy yo y si yo quiero declarar, declaro.
Castillo, al igual que los otros mandatarios, llegó invitado a Chile para presenciar la juramentación del nuevo presidente de ese país, Gabriel Boric. Luego de la ceremonia, Boric tuvo un breve encuentro con Castillo. Apenas apartados de los funcionarios e invitados, Boric creyó conveniente saludarlo de manera especial.
-Señor presidente, le soy sincero. Hace tiempo que quería conocerlo. ¿Qué le parece que la región esté inclinándose hacia la izquierda?
-No sabía. ¿Y eso por qué? ¿Por las placas de Nasca?
Tras unos segundos de silencio, Boric estalló en risas.
-No sabía que usted fuera tan bromista. Me encanta la gente así.
Castillo sonrió también y hasta se animó a darle una palmada en el hombro.
-Lo importante, señor presidente -dijo Boric-, es que le demos una lección al mundo. Las ideas socialistas tienen que imponerse. ¿Cómo es en Perú? ¿Usted, por ejemplo, qué opina del capitalismo?
-No sé -respondió Castillo-. Yo soy de provincia.
Una franca y gran carcajada salió de la boca de Boric.
-Qué bueno encontrarse con alguien así. Y eso que por la televisión se le ve, más bien, serio.
El presidente Castillo sonrió, por intuición, aunque no estaba del todo seguro de qué iba la conversación. Entonces, de súbito, un funcionario de Palacio de la Moneda apareció. Sin perder tiempo, le indicó a Boric que, según se había acordado, lo esperaban un grupo de políticos y empresarios del interior de Chile.
Ni bien Boric se despidió de Castillo y lo dejó solo, una nube de reporteros se materializó y abordó al presidente peruano. Castillo recordó entonces las palabras de su edecán. Por un instante pensó en recular, en dar un paso atrás y decir que no iba a dar declaraciones, pero se llenó de autoestima, de seguridad y se plantó, sonriente, ante la prensa chilena.
-Señor presidente -dijo un reportero-, ¿qué opina de las relaciones, en los últimos cuatro años, entre Lima y Santiago?
-Muy buenas, pero ahora estamos en otra etapa. Me ha gustado la transferencia del hermano Santiago con el presidente Boric. Espero que les vayan bien a los dos.
De pronto, una excitación se apoderó de los periodistas. Todos querían hacerle la repregunta, todos pugnaban por acercarle el micro, la grabadora. Que hable, que explique, que dé todos los detalles posibles. Parecía como si toda la prensa chilena quisiera saber -al igual que nosotros en Perú- ¿quién era ese misterioso hermano Santiago?
En la noche, el edecán ingresó a la habitación de Castillo. El presidente estaba hojeando el informe de la Cancillería. Luego, malhumorado, tomó el documento y lo lanzó sobre la cama.
-No se preocupe, señor presidente. Esas cosas pasan. Es normal ponerse un poco nervioso.
-¿También es normal confundir a la ciudad de Santiago con una persona?
-Ya le dije. No se preocupe. Fue un pequeño desliz. Seguro que nadie se dio cuenta.
-¿En verdad crees eso?
-Claro, más bien relájese y olvídese. Me dicen que justo están por pasar una película peruana en el cable.
-¿Ah sí? ¿Y es buena?
-Buenaza.
-¿Cómo se llama?
-”Días de Santiago”, ¿la ha visto?
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