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Redacción PERÚ21

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Pocas cosas son peores que el fanatismo, sea ideológico, religioso, artístico o deportivo. El fanático no da cabida a la razón. No busca entender las cosas, solo las asume como verdad; y no tolera que alguien piense distinto. Los atentados en París muestran este comportamiento irracional: personas decididas a inmolarse y asesinar porque, en palabras de Kundera, "consideran que hay algo mucho más valioso que la vida humana".

Muchos jóvenes no son conscientes de lo que significó el terrorismo en el Perú. Por distintas razones, sus padres no han logrado o querido explicarlo.

En ese entonces, la cobertura de prensa fue, evidentemente, menor: se trataba de Ayacucho o Huancavelica, no de París. Se temían repercusiones en Lima, no en Bruselas ni Londres. Tampoco existía la velocidad de las comunicaciones. Pero en el Perú, hubo fanatismo y crueldad; especialmente contra los más vulnerables, que sufrían la violencia tanto de Sendero como del Ejército: las violaciones, los asesinatos, los secuestros… Quienes vivimos esa etapa cuando jóvenes, (y en ciudades costeras) recordamos esos tiempos. Pero siento que los recordamos intentando minimizar la experiencia sobre nuestra vida cotidiana: "me baño con mi tacita, me alumbro con mi velita"; las fiestas de "toque a toque", las mesas siempre dispuestas con velas, por razones prácticas ("se volaron otra torre") y no románticas.

La vida diaria en un marco de terror es para muchos un recuerdo borroso y lejano. Tal vez porque hasta el incidente de Tarata, en Lima, nunca lo vimos tan cerca. También para nosotros, Ayacucho y Huancavelica estaban demasiado lejos, más lejos que hoy día París. ¿Será por eso que no hemos hablado a nuestros hijos con la firmeza suficiente como para que nunca más se den las condiciones que originaron el terrorismo en el Perú?

Lo que ocurre hoy en Europa es una buena ocasión para empezar a reconocer el privilegio que significa un país en paz.

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