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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Ni Machu Picchu, ni Caral; ni la inmensa selva amazónica o la imponente cordillera; ni siquiera el Imperio incaico… Por encima de todo esto, los peruanos nos sentimos "orgullosamente peruanos" gracias a la comida, cuyos ingredientes nativos hemos sabido combinar de manera perfecta con productos de fuera, creando así una fusión que ofrecemos como única. Y si a ello sumamos el pisco sour, miramos hacia el sur (perdón, hacia el resto) con el mismo orgullo que ha de haber tenido el primero que le puso ruedas a la maleta.

Los peruanos hablamos al turista, con justificada emoción, de las maravillas de nuestra cocina. Pero, tal vez esa abundancia de, más que sabores, 'experiencias' (así se dice ahora en los anuncios) que brinda nuestra sofisticada comida, usualmente olvidamos la alimentación de los demás.

Y así, la brecha entre pobreza extrema y riqueza se evidencia en el día a día: en el área rural, la desnutrición crónica en menores de 5 años promedia 29%. En el caso de la anemia, la situación es peor: en el país, 36% de los niños la padecen y en las zonas rurales supera el 54%. Paradójicamente, mientras la desnutrición (talla para edad) se reduce, la anemia sigue aumentando a pesar de los suplementos de hierro (muchos intragables) que reparten los gobiernos pensando solo en la ingesta y olvidando las enfermedades (y sus causas) que impiden una buena alimentación. Sin agua potable, los niños tendrán diarrea y no absorberán nutrientes; el humo de leña o bosta en el hogar causará enfermedades respiratorias, poco apetito y contaminación que impide la fijación del hierro. Ambas condiciones (falta de agua y contaminación) suelen coincidir en zonas de pobreza. La anemia y desnutrición hacen perdurar el círculo vicioso de pobreza-desnutrición-dificultad de aprendizaje-baja productividad-bajos ingresos-pobreza. Lamento si arruiné su 'experiencia' de quinoto con hongos de Porcón. No era mi intención.