Hay un día, también semana, de la salud mental, con el fin de que las personas se hagan conscientes de que toda la gama de sufrimientos psicológicos no son tonterías, formas de manipular, o invenciones.
Aparentemente, no es necesario que la opinión pública reciba mucha información sobre el asunto: hace poco escribí sobre la preocupación que, a nivel planetario, muestra la gente sobre los problemas psicológicos que son considerados como una amenaza frente a la cual los servicios públicos y privados son absolutamente insuficientes y precarios. En realidad, en promedio la mitad de las personas encuestadas piensan que se trata del mayor problema de salud pública.
Es muy importante que el público ya no tenga los prejuicios que antes existían sobre las enfermedades mentales. La discriminación frente a quienes sufren esos males ha disminuido de manera marcada en todos los niveles. Es más, hablamos sin mayor problema de nuestras afecciones y utilizamos cada vez más términos relacionados con la jerga técnica para describir nuestras relaciones y estados de ánimo.
Se puede decir que la vida cotidiana se ha lentamente medicalizado y que los malestares propios de la vida, de toda vida humana, se han patologizado: el estrés, la ansiedad, la tristeza, por ejemplo, se descontextualizan y se convierten inmediatamente en síntomas que deben ser compartidos con quienes nos rodean, en las redes sociales o en grupos de autoayuda.
Lo anterior termina estirando tanto la patología mental que termina por incluir a buena parte de las experiencias y las personas que las viven. Muchas de esas experiencias, aunque desagradables, son parte del repertorio que nos permite adaptarnos a diversas circunstancias; son, muchas veces, respuestas absolutamente sanas y funcionales a situaciones complejas y negativas. El estrés, la ansiedad o la tristeza juegan un papel importante en el equilibrio psicológico, son recursos y no defectos. Convertirlos en síntomas de enfermedad sin considerar las circunstancias y la historia de las personas, es, sin duda, contraproducente.
Con todos hablando de malestares cotidianos, comparándolos, ofreciendo recetas para que simplemente desaparezcan, se corre el riesgo que quienes sí sufren patologías en todo el sentido de la palabra, queden fuera del radar y no reciban la atención especializada tan escasa en todo
el mundo.