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París: Menos pose, más deporte

"Si el exceso, el trago y el festín están vinculados a lo deportivo, entonces nuestro valor Christian Cueva debería haber llevado la antorcha olímpica en vez de un transgénero. Él sabe de bacanales”.

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Foto: Gabriele Seghizzi/Parmigiano Reggiano.
Fecha Actualización

Tal como el pato a la naranja, ofender al gusto burgués es una especialidad francesa. Rimbaud, Baudelaire hicieron poesía de ello. Con una audiencia mundial pendiente de la inauguración olímpica y con un presupuesto de 122 millones de euros a disposición del arte del incordio, no podía dejarse pasar la oportunidad de practicar la provocación. Con mayor razón cuando hay viento a favor de una agenda progresista que avanza punzando nervios conservadores o simplemente nervios normales, categoría doméstica que los comisarios de la corrección presumen facha.

Esta incitación francesa, deleite de cultos con Wi-Fi, no podía ser más oportuna para quien la financiaba: el alicaído gobierno de Emmanuel Macron. Aislado políticamente y magullado en las últimas elecciones en las que cedió terreno a la extrema derecha, su popularidad ha bajado 11 puntos. No está a niveles Dina “tu mamá” Boluarte, pero es una caída sin paracaídas desde la torre Eiffel.

Paso previo a la pasarela trans olímpica, estampa controversial por lo desubicada antes que por antirreligiosa, fue desalojar a los verdaderos habitantes de las riberas del Sena. Levantaron en peso a los indigentes, vagabundos y borrachos –los clochards– que habitan a lo largo del río. Mientras veían la inauguración por televisión deben haberse preguntado por qué no desfilaban ellos con sus botellas, ya que de inclusión iba la cosa, en vez de hombres con barba y en tacos.

El problema de Macron con su país es personal: lo odian. Lo consideran arrogante e incompetente, explosiva mezcla, a lo que se le suma promover el retraso de la edad de jubilación, hecho imposible de generar simpatías en gente bien nacida, sea de derecha o de izquierda. Sucumbir electoralmente ante la derecha más recalcitrante ha sido la cereza podrida en esa torta que sus exsimpatizantes progres ya no quieren comer.

Qué mejor digestivo para aliviar ese rechazo que una dosis extrema de inclusión posturera a lo bestia. De esas que el espíritu de manada indica que hay que apoyar porque, si no lo haces, te cancelan.

La sociedad francesa tiene temas urgentes de exclusión. Se dan en su nervio deportivo, la selección de fútbol. Los racistas critican la presencia de afrodescendientes. Ven pellejos, no franceses. Así de bruto es el pensamiento obtuso. Priorizar sobre asuntos reales a los protagonistas de un reality sobre drag queens no es sustancia. Es pose y lentejuelas.

Al desatino se le sumó la velada referencia a la última cena, que los ilustrados aclararon era una alusión a una bacanal dionisiaca. Digamos que es cierto. Si el exceso, el trago y el festín están vinculados a lo deportivo, entonces nuestro valor Christian Cueva debería haber llevado la antorcha olímpica en vez de un transgénero. Él sabe de bacanales.

Si un progre tiene el derecho a ofender, un católico tiene el derecho a sentirse ofendido. Es lo que habría pasado con los musulmanes de haber desfilado drag queens con burkas abanicándose coquetamente con un Corán. Pero ellos no ponen la otra mejilla.

Cuando a los de Charlie Hebdo se les ocurrió en 2015 la madre de todas las ofensas culturales –publicar caricaturas de Alá cuando la fe musulmana prohíbe hacerlo–, la respuesta fue bárbara y asesina. Un comando terrorista de Al Qaeda asesinó a 12 personas como represalia. Los de Charlie Hebdo han vuelto a la carga a propósito de la ceremonia de inauguración de las olimpiadas. La portada de su número alusivo es la imagen de un culo gigante flotando sobre el Sena, de cuyo ano aparece un cantante de sexualidad fluida. El titular: ¡La ceremonia de clausura será aún más bella! En las páginas interiores se burlan de las pretensiones intelectuales e incoherencias inclusivas del evento. Cuando eres valiente, lo eres ante todos, inclusive ante los que piensan como tú.

La fluidez de género como virtud está acarreando controversias mayores en estas olimpiadas. La boxeadora argelina Imane Khelafi nació y es mujer, pero tiene una condición que la aproxima biológicamente a un hombre. Su organismo lleva una cantidad de testosterona que una mujer normal, existen, no tiene.

Eso no la hace ni hombre ni trans. Pero, cuando una mujer se enfrenta a Khelafi, se está enfrentando contra una biología masculina que, además, ha entrenado sus músculos para potenciar aún más la ventaja. Esa no es una pelea justa en ninguna parte.

Si lo que se trata es de incluir, que se agregue una nueva categoría para personas de intersexualidad biológica, de igual a igual. Inclusive se podría agregar una categoría transexual donde podrían competir las polémicas nadadoras conversas que reman con la ventaja de tener quilla.

Estamos perdiendo tiempo en asuntos que nada tienen que ver con el propósito olímpico: más alto, más fuerte, más rápido. Y mientras nuestro patetismo vernacular nos revela burócratas miserables pidiéndoles cuentas a deportistas que se las arreglan como pueden para sudar representando al país. ¿Qué importancia tiene ante esto un gordo pintado de azul rodeado de drag queens? Ninguna verificable sin ayuda de microscopio.

La única pose digna de valor deportivo es la de la gimnasta italiana Giorgia Villa, medalla de plata en París. Auspiciada por un producto icónico italiano, el Parmegianni Reggiano, corresponde este apoyo posteando fotos suyas en las olimpiadas posando al lado de moldes de queso.

A ver si algún productor de tamales, papas o pollo a la brasa se anima a apoyar a nuestros atletas en las olimpiadas de Los Ángeles 2028. 

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