La plaza vacía

Hace casi un mes fuimos testigos de un fenómeno extraño: el primer mandatario llegó a la Plaza de Chachapoyas y nadie le pidió a gritos cerrar el Congreso.

Quiso la mala suerte que coincidiéramos en Chachapoyas, el presidente Martín Vizcarra y yo. Eran las 6:43 p.m. del jueves 29 de agosto y –con mis amigos Fernando, Jorge y Javier– acabábamos de llegar, al igual que él, tras cuatro horas por carretera desde Jaén, donde habíamos aterrizado al llegar de Lima. Nosotros, a bordo de una aerolínea low cost y él, como corresponde a su alta investidura, en el Air Force One –otrora avión parrandero del hoy reo Toledo– que lucía imponente, impecablemente estacionado en la pista del aeropuerto de Shumba. Era un viaje que me debía a mí mismo hacía décadas, siempre me habían hablado maravillas de las cataratas de Gocta y de la laguna de los cóndores de Leymebamba, pero siempre había terminado declinando amablemente de cualquier iniciativa turística o reporteril, desanimado al final por la leyenda negra de que al apu Coloque no le gustaban los aviones.

Cuando llegamos a la Plaza Mayor de Chachapoyas –que es completamente blanca, como todo el resto de esta preciosa ciudad blanca–, un atardecer violeta incendiaba el cielo serrano y todo estaba como impregnado de una exquisita placidez aldeana. En la fachada de la iglesia, una inmensa pancarta recordaba que los jubileos de la Virgen de Asunta estaban llegando a su fin y unas cadenetas rojiblancas decoraban los balaustres de los balcones del Concejo como anunciando la inminencia de un gran evento. Estábamos buscando un lugar dónde sentarnos a tomar el primer café de la tarde cuando, de pronto, la clásica voz de un maestro de ceremonias de fiesta patronal rompió la paz del atardecer desde un megáfono: “Pedimos a los vecinos concentrarse en la Plaza Mayor de esta ciudad, ya que en breves momentos el presidente de la República estará dando su saludo desde el balcón de la Municipalidad Provincial de Chachapoyas. A todos los vecinos, entonces, los invitamos a concentrarse en el frontis para hacer presente la necesidad de la ampliación de la pista de nuestro aeropuerto…”. En medio de aquella plaza semivacía, el eco de aquel llamado sonaba dramático, casi desesperado. Los transeúntes seguían discurriendo como si el presidente que estaba a punto de tomar la palabra fuera el de Laos o Eslovaquia. A la gente parecía interesarle bastante más la liturgia en honor de la Mamacha Asunta que cualquier otro posible plan vespertino. Entonces, la tentación de agarrar mi celular y grabar la escena fue más fuerte que yo. Una tentación tan solo comparable a la de entrar a mi Twitter a subir el video con un comentario escueto, factual: “Cuando eres un presidente en el pico más alto de la popularidad a nivel nacional…”. El tuit fue replicado a la misma velocidad en que los habituales trolls oficialistas lanzaron toda su artillería pesada de insultos hacia mi persona mientras, al mismo tiempo, desplegaban esfuerzos por demostrar –con fotos de otra fiesta u otro día– que una vibrante multitud esperaba, expectante, la alocución del primer mandatario.

Pero los minutos pasaron, inexorables. Nuestro lonche con esponjoso pan chachapoyano y queso mantecoso se acabó y Vizcarra nunca apareció en aquel balcón embanderado. ¿Sería acaso que el providencial tuit había convencido a los asesores presidenciales de la conveniencia de abstenerse de aquel improbable baño de pueblo? ¿Habían hecho semejante viaje por tierra y aire para eso?, ¿para absolutamente nada? Una hora más tarde, una magisterial voz femenina se dirigió esta vez a la colectividad para anunciar un repentino cambio de planes: por razones de fuerza mayor, el presidente se había tenido que retirar. Se invitaba a la ciudadanía a continuar disfrutando el esparcimiento del feriado largo. Así, sin más ni más. Dicen que don Martín salió por un costado del local municipal, que saludó a algunos chachapoyanos que, sin embargo, no le pedían a gritos cerrar el Congreso. Lo cierto, lo que nos consta, es que nadie le pedía a gritos absolutamente nada. Al día siguiente, Vizcarra inauguró, con toda pompa y circunstancia, un tramo sin asfaltar de la carretera La Jalca-Nueva Esperanza. Su célebre frase “ya tenemos la carretera, ahora solo falta pavimentarla” ha pasado automáticamente a la antología de citas citables presidenciales. Ya tenemos el plato, ahora solo falta la comida. Ya tenemos el vaso, ahora solo falta el agua. Ya tenemos la pelota, ahora solo falta el equipo. Ya tenemos las chelas, ahora solo faltan los amigos. Ya tenemos la correa, ahora solo falta el perro. Ya tenemos el chip, ahora solo falta el celular. Ya tenemos el celular, ahora solo falta la línea. Ya tenemos la llave, ahora solo falta la casa. Ya tenemos el cráneo, ahora solo falta el cerebro. Y así, sucesivamente, hasta el día en que el soñado adelanto de elecciones llegue por fin. Así nomás, mientras tanto. Así nomás es.

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