(GEC)
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A 10 semanas de la primera vuelta, empezando una segunda ola con un virus mucho más contagioso y con el sistema de salud al tope, sin duda se vienen momentos duros y tristes, pero además desagradables por la politiquería que ya se inicia. En circunstancias tan duras, sería deseable pensar que los candidatos van a estar a la altura, los burócratas le van a perder el miedo a la Contraloría y el Congreso al menos no va a jugar con fuego con la plata que el Estado necesita en un contexto así. Ojalá el debate electoral permitiera que más gente entienda por qué el Estado peruano no funciona y qué reformas se necesitan para conseguir que funcione.

Tienen muy poco que ver con una reforma constitucional y mucho más con detalles aburridos: cómo se organiza el Estado en sus procesos de compra, control, información, personal; cómo se resuelve la atomización, duplicidad de funciones y falta de presencia y capacidades de cuatro niveles de gobierno que no se relacionan bien entre sí; y la falta de mecanismos para que el ciudadano pueda exigirle al funcionario lo que le corresponde. Si cada funcionario que atiende al público tuviera un QR que un ciudadano pudiera escanear para calificar su atención y el promedio influyera en sus ascensos, otra sería la historia. La agenda tecnológica sobre cómo volver al gobierno más transparente y eficiente es diez veces más potente para mejorarle la vida al ciudadano que la Constitución, para el que se haya dado el trabajo de leerla.

Para cada problema complejo existe una respuesta clara, simple y errónea, es una frase que refuta bien los cambios mágicos e ideas gruesas con las que van a tratar de impresionarnos desde todos los frentes. Los jurados anticorrupción serían comprados o amenazados por el acusado, una asamblea constituyente entra en conflicto con el Congreso elegido y abre un período de incertidumbre que aleja toda inversión y capacidad de generar los empleos que se han perdido por la pandemia. Así podríamos seguir descartando muchas más propuestas. Ojalá la sociedad civil pueda exigir más claridad sobre los temas que nos aquejan.

Desde hace décadas el debate político entre izquierda y derecha ya estaba muy retrasado respecto a otros países, y ahora las dimensiones conservadora y populista han deteriorado el debate aún más. Pero toca elegir lo mejor que se pueda. Apostemos a que, pasadas estas elecciones y pandemia, el panorama sea un poco más alentador. Las agrupaciones que pasen la valla tendrán el incentivo de querer ser los nuevos partidos que influyan en las siguientes décadas. No tendrán el incentivo perverso del actual Congreso de solo durar 1 año y pico. Los electores están tan hartos del Congreso que algo más de cuidado tendrán en averiguar por quién votan. El presidente tendrá que conciliar, en un Congreso que podría aprender a negociar con más criterio. Sí, estoy eligiendo ver el vaso medio lleno, ¿tengo mejor opción?