Muchos opinan, con todo derecho, sobre el complejo conflicto de Cataluña. Hay quienes con todo tipo de argumentos –históricos, económicos, políticos, etc.– nos explican que la dirigencia catalana tenía derecho a proclamar la independencia (justificando la manera ilegal como convocaron el referéndum del 1 de octubre) y quienes afirman, también con razonamiento impecable, que Cataluña no tiene derecho a ser un estado. Pero los primeros tratan de convencernos de que su nacionalismo es producto de un adoctrinamiento ideológico; sin embargo, podría ser oportunismo para ocultar algo tan terrenal como la corrupción de algunos de los líderes que lo propician.
El País Semanal publicó el 22/10/17 un lúcido artículo del escritor Javier Marías titulado “Las Palabras Ofendidas”, en el cual expresa cómo demagogos catalanes han ofendido a millones de personas a través de la banalización de palabras, sosteniendo que sus coterráneos viven “oprimidos”, “ocupados” y “humillados” por “fascistas”. La gran ofensa, dice Marías, es “contra todos los españoles que vivimos y padecimos el franquismo, bajo el cual no había partidos políticos ni libertad de expresión alguna...”.
“Es una ofensa contra las poblaciones de Iraq y Siria que están o han estado bajo el dominio del Daesh (ISIS), eso sí es opresión y humillación sin cuento (…) Contra los cubanos, que no han podido votar nada desde hace seis decenios; contra los chilenos y argentinos de sus respectivas dictaduras militares, cuando a la gente ‘se la desaparecía y torturaba’ (...). En cuanto a la ‘represión salvaje’ (del referéndum), no sé qué adjetivo podrían encontrar entonces para las cargas de los grises en la dictadura, que muchos todavía hemos conocido. En ellas, y en otras incontables a lo ancho del globo, sí que se hacía y se hace daño, en Venezuela hoy sin ir más lejos”.