Esta semana me encontré con dos reflexiones que me resultan esperanzadoras en medio de los problemas que afectan a nuestro país: la columna de Álvaro Henzler sobre la confianza (Perú21 17.10.2023) y la publicación en LinkedIn de Raúl Mendoza Cánepa sobre la empatía (LinkedIn 18.10.2023). Me parece valiente poner sobre la mesa los sentimientos y las virtudes ciudadanas en un país en el cual el debate público se muestra cada vez más deshumanizado, complaciente con la diatriba y donde se mira con prejuicio o como una debilidad hablar sobre los sentimientos de humanidad.

Como apunta Henzler somos un país que no confía en las instituciones, ni en nadie, y nuestro futuro como república no es muy alentador si además miramos con recelo al modelo democrático. La sospecha en el otro y la desconfianza en las instituciones es una característica de los autoritarismos, de las dictaduras, de los Estados fallidos. Algo que el escritor liberal Héctor Ñaupari, recientemente fallecido, resaltaba siempre en sus talleres, artículos y en nuestras conversaciones. Él contaba que cuando visitó Cuba lo que más le impactó fue encontrar un sistema de delación permanente que había destrozado sobre todo la confianza en el prójimo. “En Cuba cuando se conversa con otro, la primera idea que surge es la sospecha”, siempre decía. Que en paz descanse el entrañable amigo Ñaupari, que tantas batallas y reflexiones profundas, vehementes y humanistas le dedicó a la defensa de la libertad. Coincidimos en tantas y discrepamos en otras, pero siempre debatimos con respeto sobre cómo podemos lograr un mejor Perú. Creo que todo el afecto, admiración, y sentimientos de condolencia por su pronta partida que he visto en estos días acompañarán en estos momentos dolorosos a la familia de un inigualable líder y un dilecto amigo del liberalismo peruano. Muchos liberales no podremos pensar en el Perú que soñamos sin evocar los sueños que tenía Ñaupari para su país, exactamente como me pasa al escribir este artículo en el que pretendo discurrir sobre las virtudes cívicas que faltan en el Perú.

La reflexión de Mendoza Cánepa sobre la falta de empatía vale la pena citarla tal cual: “vivimos, además, en una sociedad sin empatía por el otro, sin amor por quien tiene problemas, sin sensibilidad por el pobre, el desempleado, el desesperado o el que sufre por lo que sea que esté pasando… Hay gente que muere porque no le donaron para una operación o que sufre porque no sabe cómo lidiar económicamente con su salud física o mental en un sistema que te cita a las semanas o meses para una operación urgente, sin que a la encargada siquiera le tiemble la boca”.

Si ya sufrimos la falta de empatía del Estado hacia los ciudadanos es aún más desconcertante sumarle a ello la falta de empatía entre ciudadanos. Por ello, hablar de este sentimiento es impostergable, sobre todo hoy que está de moda ensalzar a líderes políticos y a intelectuales entregados al servicio de un modelo solo racional, con un mal entendimiento de lo que es el propio interés del que habló Adam Smith, y que se apropian del liberalismo para “defender” una libertad sin empatía. Smith en La teoría de los sentimientos morales, más bien decía “que por más egoísta que quiera suponerse a la persona, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que la hacen interesarse en la suerte de los otros.”

En consecuencia, no se puede ser ciudadano sin pensar y aspirar al bienestar de los demás ciudadanos. Por ello, es impostergable dar atención a los sentimientos, a los valores y a las virtudes cívicas que nos faltan. El Perú seguirá sin resolverse si no empezamos a sensibilizar sobre las virtudes cívicas imprescindibles en las que se sustenta una democracia moderna y una buena economía: empatía, confianza, diálogo, tolerancia, cordialidad cívica y respeto.

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