Hace un par de semanas, el candidato presidencial Antauro Humala planteó como modelo económico para el Perú la implantación de una economía “eminentemente proteccionista”. Esto es exactamente lo mismo que plantea el candidato presidencial del Partido Republicano para los EE.UU.: aranceles a la importación y una economía “protegida”. Es curioso cómo los extremos se juntan y siempre lo hacen en contra de la libertad de elegir, a costa del poder adquisitivo de los ciudadanos.
Poner aranceles a la importación, bajo el argumento de proteger la industria nacional, significa obligar a los peruanos a pagar más por cosas que en el resto del mundo cuestan menos; esto para darle a un empresario una utilidad extraordinaria, obtenida a costa de depredar la capacidad de compra del bolsillo de los peruanos.
Esto ya lo vivimos con Velasco; primero, bajo el modelo de “una economía autogestionaria de participación plena”, que fue el nombre que en el Perú se dio a las políticas de “industrialización por sustitución de importaciones”; y después, en la segunda mitad de la década de los 80. Basta con recordar cómo se obligaba a un taxista a pagar el doble o triple por una llanta, respecto a lo que pagaba un taxista en Nueva York, solo para hacer más rico al empresario que lograba “persuadir” a la autoridad de turno de ponerle aranceles a la importación de neumáticos.
Los aranceles encarecen los productos, obligando a pagar un precio por encima del valor de mercado, configurando una transferencia neta desde el ciudadano hacia un empresario. Las industrias protegidas duran lo que dura la protección; ni bien son obligadas a competir, quiebran. Por eso, es más sensato promover la producción basada en las ventajas competitivas del Perú y en la integración al mundo. Para una economía como la nuestra, de 33 millones de habitantes, tiene sentido venderle al mundo entero, a un mercado de 5,000 millones de habitantes —incluidos los de mayor poder adquisitivo—.
La apertura comercial, los aranceles bajos y de baja dispersión promueven que los recursos de nuestra economía se asignen hacia sectores en los que tenemos ventajas competitivas respecto a otros países. El hecho de que haya sido una política de Estado celebrar tratados de libre comercio, desde hace 25 años, ha permitido que la producción nacional conquiste mercados en todo el mundo.
Hoy, más del 93% del comercio internacional del Perú se encuentra protegido, al amparo de los tratados de libre comercio. Igualmente, la importación de productos del exterior está desgravada, permitiendo que los peruanos accedan a productos de óptima calidad a precios de mercado y permitiendo, también, que productores locales importen insumos libres de aranceles.
Libertad de comprar, vender, importar y exportar, sumada a una política de Estado de integración al mundo, es la mejor manera de maximizar nuestras ventajas competitivas y utilizar más eficientemente nuestros recursos. No dejemos que el mercantilismo prebendario no los quite.
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