Morales llegó al poder con una agenda política reivindicacionista y retórica marcadamente populista.
Morales llegó al poder con una agenda política reivindicacionista y retórica marcadamente populista.

Después de una exitosa carrera como dirigente cocalero y desestabilizador profesional de cuanto gobierno democrático tuviera Bolivia, Morales fue elegido presidente en 2006. Llegó al poder con una agenda política reivindicacionista y retórica marcadamente populista. Si bien fue elegido por 5 años, se valió de una Asamblea Constituyente y la manipulación de las instituciones para intentar quedarse de manera indefinida. La revelación del fraude electoral y el masivo repudio popular pusieron fin a sus apetitos dictatoriales en 2019.

En su gobierno, Morales impuso un programa económico basado en la nacionalización de los hidrocarburos, endeudamiento del sector público, creación de empresas públicas, control de precios y control del tipo de cambio.

La captura de la renta hidrocarburífica, en momentos de altos precios del gas, dotaron al Estado boliviano de importantes recursos y los sistemas de control de precios y el control del tipo de cambio sirvieron para controlar la inflación. El endeudamiento externo sirvió no solo para pagar las onerosas nacionalizaciones, sino también para financiar proyectos de infraestructura. Esto generó una sensación de progreso y bienestar, que reditó altos niveles de aprobación para Morales y su modelo económico.

Para aprovechar los buenos precios del gas, se produjo una agresiva explotación de las reservas, al tiempo que la exploración para reponer reservas recibía poca inversión y los éxitos obtenidos eran lánguidos.

La nacionalización de los hidrocarburos impuso un nuevo sistema tributario, en virtud del cual el operador se queda con el 18% de la renta y el Estado el 82%, lo cual eliminó todo incentivo para explorar por nuevos yacimientos. El último reporte oficial de YPFB (petrolera estatal), que data de 2017, señala que Bolivia tiene apenas 10 trillones de pies cúbicos de gas, un tercio de la cifra reportada en 2003. En cuanto a la producción, esta ha caído de 60 millones de metros cúbicos en 2015, a 38 millones en 2022. El hundimiento del sector hidrocaburífico, sumado a la continuación de políticas populistas, llevará al país a la ruina. Lejos de ese punto no están.

El deterioro del resultado fiscal, -6.1% PBI, previsto para 2023; el incremento de la deuda pública a 83% del PBI; la pulverización de las reservas internacionales de US$15,123 millones en 2014 a US$372 millones a 2023; y un insostenible tipo de cambio, anclado artificialmente (no de mercado) en 6.91 bolivianos por dólar desde hace 12 años, derivarán en una brutal devaluación y ajuste, que empobrecerá aún más a un país cuyo PBI per cápita es la mitad que el del Perú, dando fin a un experimento populista y demagógico, que en el camino destruyó una pujante industria gasífera, espantó toda posibilidad de convocar importantes niveles de inversión y endeudó a las futuras generaciones hasta el pescuezo.

Irónicamente, esa era la receta que más de un candidato presidencial proponía para el Perú.