“El rechazo popular ha sido tal que no parece haber otra opción. Lo que no queda claro es si una Constitución totalmente nueva dará solución a los problemas que generaron las protestas”.  (JAVIER TORRES / AFP).
“El rechazo popular ha sido tal que no parece haber otra opción. Lo que no queda claro es si una Constitución totalmente nueva dará solución a los problemas que generaron las protestas”. (JAVIER TORRES / AFP).

En octubre de 2019, Chile, el país que veíamos como ejemplo de seguridad, equilibrio económico y democracia, fue escenario de un levantamiento inesperado y violento. Muchos analistas leyeron la situación como la reacción de un pueblo que había quedado, por demasiado tiempo, excluido del bienestar que supuestamente les debería haber traído el crecimiento sostenido durante décadas. La protesta se entiende, pero aún queda por descifrar el nivel de violencia y destrucción de la propia infraestructura al servicio de los mismos que protestaban.

El Gobierno fue puesto contra las cuerdas y, aunque llegó al final del mandato, aceptó la salida mediante el ofrecimiento de un cambio constitucional; más un tema de percepción o hepático que el que fuera la Constitución vigente la madre de todos los males, incluyendo la reconocida desigualdad persistente.

Así, las elecciones siguientes ya tenían marcada en la agenda un proceso de reforma constitucional, empujado por la izquierda, cuyo líder, Gabriel Boric, ganó en segunda vuelta con amplio margen. Empezó el proceso de creación de la nueva Constitución con la elección de ‘muestras representativas’ de la población chilena para participar en su redacción. Pronto se vería que no había manera de coordinar ni siquiera una visión de país. Y, luego, mientras los elegidos discutían si debían escribir “todos y todas” o “todes”, el país, ya golpeado por la pandemia, enfrentaba salida de capitales, paralización de inversiones, inflación, menor crecimiento y empleo e incremento de la pobreza: exactamente lo contrario a lo que la nueva Constitución supuestamente iba a mejorar.

El resultado de rechazo del domingo 4 ya se veía venir en las encuestas, aunque sí sorprendió, no solo su magnitud, sino que este se hubiera dado en mayor medida entre la población más pobre.

Siendo realistas, muy pocos se habrán tomado el trabajo de leer los cientos de páginas propuestas. Lo que sí, con seguridad hicieron, fue escuchar o leer las opiniones de quienes acompañaban el proceso con críticas certeras a los textos que iban apareciendo. Y eso no fue ni espontáneo ni demandó poco esfuerzo: hubo detrás organizaciones serias que impidieron que Chile tuviera hoy una Constitución con la que poco se podía hacer, salvo ir cuesta abajo.

¿Qué viene ahora?

Curiosamente… ¡Una nueva Constitución! El rechazo popular ha sido tal que no parece haber otra opción. Lo que no queda claro es si una Constitución totalmente nueva dará solución a los problemas que generaron las protestas o si lo que se requiere es un cambio en las clases dirigentes, un entorno que permita la movilidad social y un Estado que funcione y que sea capaz de proveer los servicios que el pueblo necesita.

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