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[Opinión] Patricia Teullet: No todos somos iguales bajo el sol, pero…
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Las noticias recientes, relacionadas a nuestro mar, han sido caóticas y desalentadoras. Sobre el derrame de petróleo, expertos opinan, las investigaciones continúan y empresa y autoridades tendrán que tomar acción.
Quiero ahora trasladar el escenario a las playas, aquellas donde las familias de pocos recursos pueden dejar, por un momento, los espacios de confinamiento en los que se han convertido los cuartos en los que habitan.
Los expertos hablan del daño psicológico que ha originado el ‘encierro’, especialmente en los niños. Sin embargo, sin justificación y solo un ‘por si acaso’ se volvieron a cerrar las playas, privando a quienes más lo necesitan de una oportunidad de esparcimiento que solo dura 3 meses y sobre la cual el grupo musical Los Nosequien y los Nosecuantos hizo hace años, una mejor descripción, aun cuando, en realidad, “no todos seamos iguales bajo el sol”.
Pues sí, allí están los clubes del sur; los que solemos criticar, pero podemos también mirar con otra perspectiva. En torno a sus playas, México ha desarrollado toda una industria turística, aprovechando su cercanía al mercado americano. El Perú no tiene esas ventajas; pero ha creado un espacio para generar empleos, fijos o temporales, y dinamizar la economía de ciertos pueblos. Sus veraneantes podrán no traer divisas, pero sí demandan bienes y servicios. Gracias a ello, Pedro, quien empezó cuidando canchas de tenis, calzando “sayonaras” (no slaps), ahora juega con sus rivales, y su hijo, quien recogía pelotas, está ya en tercer año de odontología en la San Marcos.
Hace años, escribí sobre el duro trabajo de quienes caminan horas ofreciendo su mercadería en las playas. Para Jesús, este será el último verano en el cual recorrerá kilómetros sobre la arena caliente exhibiendo variedad de prendas en un improvisado colgador; lo que no muestra en el `escaparate’, lo lleva en una mochila mágica, de la cual saca vestidos, blusas o salidas de baño. Jesús está terminando contabilidad y ya tiene empleo; su hermano estudia medicina y su hermana (la menor) quiere ser ingeniera. Será su abuela, de 77 años, la que continúe el negocio, si la suerte, la pandemia, las autoridades y la salud se lo permiten.
La aspiración por salir adelante gracias a la educación requiere sacrificio y solidaridad y, tal vez, más de una generación. Legal o moralmente, gobierno, empresas y personas están obligados a hacer que esos sueños se hagan realidad.
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