[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Resfrío chino”. (Foto: EFE)
[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Resfrío chino”. (Foto: EFE)

China —la segunda economía más grande del mundo y nuestro principal socio comercial— viene experimentando lo que podría calificarse como un ‘severo catarro’ económico, que, sin los cuidados debidos, podría convertirse en una pulmonía de severas repercusiones globales y locales.

Y es que, a diferencia de lo que sucede en otras latitudes donde los gobiernos enfrentan fuertes presiones inflacionarias, la economía china experimenta un fuerte shock deflacionario. El índice de precios negativo es indicativo de la renuencia de los ciudadanos a consumir y muestra la cautela y desconfianza de los agentes económicos frente a un escenario incierto.

Contra todo pronóstico, el levantamiento de las drásticas medidas de aislamiento por el COVID, no resultaron en el despegue que todos esperaban este año. Los datos del segundo trimestre dan cuenta de la caída del consumo, la inversión y las exportaciones, y revelan la contracción de la producción manufacturera. Este año el crecimiento chino será uno de los más bajos de las últimas décadas.

En el pasado, el gobierno fue capaz de sortear distintas crisis (especialmente la global del 2007-2008) apelando a políticas monetarias y fiscales expansivas, abaratando el crédito e invirtiendo agresivamente en la construcción de infraestructura, aunque esta última no fuera especialmente necesaria. Si bien esas medidas reavivaron los motores productivos, aumentaron desmedidamente la deuda pública y privada, contribuyendo a generar una burbuja inmobiliaria que ha comenzado a desinflarse.

Los precios de las viviendas están cayendo y dos de los principales desarrolladores inmobiliarios del país tienen dificultades para honrar sus deudas con bancos y bonistas. La crisis inmobiliaria también ha arrastrado y puesto en apuros a los principales bancos en la sombra (intermediarios que operan fuera del sistema bancario regular).

Enfrentado al actual escenario, el gobierno chino no tiene la posibilidad de recurrir a los mismos instrumentos que tan buenos resultados le dieron en el pasado, so riesgo de inflar la burbuja inmobiliaria y acrecentar los problemas del sistema financiero. Así, por toda respuesta, las autoridades apenas han atinado a implementar una reducción marginal en la tasa de interés. Mientras tanto, el tipo de cambio retrocede y los inversionistas extranjeros liquidan sus acciones en número récord.

Evidentemente, esta situación tendrá repercusiones adversas para nuestro país, que ya enfrenta un entorno doméstico negativo, con tasas de crecimiento exiguas y, ahora, perspectivas poco alentadoras en el frente externo.

China es el principal mercado para nuestras exportaciones mineras (consume la mitad del cobre que producimos) y agroindustriales, con lo cual su ralentización se traducirá en crecimientos más bajos de nuestras ventas. En la medida en que los consorcios empresariales chinos generen menos excedentes, es probable que se afecten también sus flujos de inversión en el extranjero.

Por la salud de la economía global —y la nuestra en particular— esperemos que este sea un resfrío pasajero y no la pulmonía que muchos temen.

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