(Foto: Diana Chávez/GEC)
(Foto: Diana Chávez/GEC)

La gestión pública no es nada fácil para nadie. Ni para los mejores expertos. Menos aún en estos tiempos de pandemia. Y menos aún en un país con tantas dificultades y con tantos desencuentros como el Perú. Son muy altos los costos que enfrentamos como sociedad si es que la incompetencia ocupa puestos públicos clave.

En la gestión pública, los problemas que se enfrentan, las necesidades de coordinación del equipo de gobierno y la toma de decisiones son de bastante mayor complejidad cuando, además del mandato de cada institución, se tienen que tomar en cuenta las restricciones que imponen los aspectos políticos y las carencias y rigideces propias del sector público.

Esta complejidad dificulta sobremanera la definición y la ejecución de cualquier estrategia de gobierno. Sin un liderazgo efectivo y sin claridad de prioridades priman la inercia y la desorganización. La entropía domina el sistema de gestión pública y las buenas intenciones de las políticas del Ejecutivo se diluyen en un mar de descoordinaciones. Los objetivos difícilmente se concretan y muy frecuentemente se producen resultados opuestos a los deseados.

Por eso resulta tan importante que, en la conformación del equipo de gobierno, se priorice la idoneidad de los servidores públicos. Estos deben ser íntegros y capaces. Deben ser expertos que respondan a las necesidades del puesto que desempeñan, con el capital social suficiente como para convocar colaboradores igualmente idóneos, pero mucho más importante es que su integridad esté muy lejos de cualquier cuestionamiento. No es solamente un problema de competencias, es fundamentalmente un problema de valores. Agregar corrupción a la complejidad es peor que agregar leña al fuego.

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Aún contando con los más íntegros y mejores expertos se pueden cometer muchos errores. La complejidad es tal que la experiencia y el conocimiento no son suficientes. Hacen falta grandes esfuerzos y sacrificios, personales y familiares, se requiere actuar coordinada y solidariamente, desde la empatía con nuestros compatriotas y sus problemas. Como sabemos, la responsabilidad es tan grande que los errores que pueden cometer los funcionarios en posiciones de alta responsabilidad de gobierno se pueden contar en vidas humanas y en mayores niveles de pobreza. En desolación.

Los errores de personas incompetentes son típicamente inconsecuentes y usualmente no son de gran preocupación porque su propia incompetencia es la que las mantiene lejos de grandes responsabilidades. Por ello, es inexplicable para el país dejar de lado los criterios más exigentes de capacidad y probidad en los nombramientos del equipo de gobierno. Es sumamente imprudente dejar en manos ineptas los problemas más complejos del Perú.

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