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[Opinión] Mariana alegre: ¿Equilibrio?
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La noticia de que todos los especímenes de las nutrias marinas que habitaban en la reserva de Ancón habían muerto ahogadas en el petróleo nos escarapeló la piel a todos. La confirmación de las espeluznantes mentiras de Repsol nos indigna, pero no nos sorprende ahora que se ha casi duplicado la cifra de barriles de petróleo derramados y que, aparentemente, no se habría activado su plan de contingencia.
El Ministerio de Ambiente ha determinado que son 11,900 los barriles que han contaminado nuestro mar y destruido el ecosistema, afectando no solo a la fauna y flora local, sino también a las economías de muchas familias que dependían del mar y las playas como su fuente de ingresos. No solo pescadores artesanales sino pequeños restaurantes y transportistas se ven impactados negativamente y la alusión a la entrega de canastas de alimentos por parte de representantes de la empresa es una ofensa descomunal. En buena hora se han iniciado las acciones legales y penales a los responsables.
Pero miremos más allá de este desastre ecológico y pensemos cuántos de nuestros ecosistemas están constantemente en riesgo. El sistema marino costero es impactado constantemente por las actividades extractivas y la pesca masiva indiscriminada, así como por la pesca artesanal irresponsable. Esto sin contar el impacto que la presencia humana tiene en los patrones de migración de aves y cómo se interrumpen los procesos de anidación. Por su parte, las lomas son protagonistas constantes de las amenazas de la ocupación informal y las mafias de terrenos. Los pantanos se encuentran en conflicto constante por la presión industrial y la extracción de aguas subterráneas. Ni qué decir de nuestras lagunas, ríos y montañas agredidas por la quema indiscriminada, la basura que no se gestiona y los desagües que se vierten sin reparo. La selva, por supuesto, se va perdiendo ante la tala y minería ilegal, y ni qué decir de los cárteles de drogas. Nuestros animales son capturados y traficados. El zorrito Run Run puso en evidencia este delito que aún no logran controlar.
El antropocentrismo y esta creencia de que nuestra especie es la más importante y valiosa nos ha llevado a destruir aquello que justamente nos sostiene. La crisis climática es solo la confirmación de esto y, por ello, resulta no solo urgente, sino que es impostergable el cuestionarnos la forma en la que estamos (sobre)viviendo. Desde una mirada urbana y territorial nos toca adaptar los instrumentos que existen y buscar mecanismos para devolver el valor a distintos elementos de nuestro hábitat y así poder potenciarlos. Pero esto no es suficiente; es urgente transitar hacia una mirada integral y ecológica pero también replantear lo que hemos asumido normal y, en el caso de las ciudades, corresponde empezar a pensar cómo necesitamos que sean. Más allá de cómo queremos que sean.
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