[OPINIÓN] Mariana Alegre: “Cayó la ciudad”. (@photo.gec / Violeta Ayasta)
[OPINIÓN] Mariana Alegre: “Cayó la ciudad”. (@photo.gec / Violeta Ayasta)

Resulta complejo poner el foco en otros temas que no sean los peruanos muertos, la crisis política, las manifestaciones y el ingreso de la Policía –el día de ayer– al campus de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Por ello, quedará en el olvido el acto populista del alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, de renunciar a su sueldo como autoridad y pasarán desapercibidas las acciones metropolitanas con las cuales estaría resolviendo unilateralmente el contrato de administración de peajes con la concesionaria Rutas de Lima.

Los videos y denuncias de estudiantes, abogados y ciudadanos sobre la forma en que la Policía ha ingresado no solo a la universidad sino a las residencias de estudiantes de San Marcos nos escarapelan el cuerpo al hacernos recordar tiempos oscuros durante el gobierno y dictadura de Alberto Fujimori. Resulta inaudito que estos actos de fuerza se hagan fuera del marco legal, sin presencia de la Fiscalía ni de abogados defensores que ejecutarán el inalienable derecho de defensa que los cientos de detenidos requieren hoy.

Este nivel de desconfianza hacia el gobierno, de miedo hacia las fuerzas del orden y la frustración por la ilegitimidad de las autoridades no se sentía desde hace tanto tiempo. El Perú se creyó el cuento del progreso, cuando este solo beneficiaba a unos e ignoraba a todos los demás. A esto hay que sumarle los varios incidentes (muchos captados en video) de personas refiriéndose a los ciudadanos de regiones con insultos racistas y amenazas de muerte. Se convalida y se consolida el racismo en el país. Protestar es un derecho y hacerlo pacíficamente es un deber. Eso sí, los delitos cometidos por protestantes durante estos días de manifestaciones deben ser juzgados y castigados. Y cabe recordar que en nuestro país –al menos hasta ahora– la pena de muerte no es parte de las sanciones justas.

La mañana del sábado, una lluvia inusual caía sobre algunas partes de Lima. Alguien me dijo que era el llanto de nuestros hermanos del sur. Poco después cayó la ciudad: la ciudad universitaria. Y lo que hemos visto ha sido precisamente eso: pesadas gotas saladas chorreando por las mejillas de quienes se ahogan en el abandono mientras los otros los miran con indiferencia y desprecio.

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