“Me atrevo a decir que estamos a puertas de la que muy probablemente será la peor crisis de la historia, en magnitud y en complejidad”.
“Me atrevo a decir que estamos a puertas de la que muy probablemente será la peor crisis de la historia, en magnitud y en complejidad”.

Desde 2008, la FED estimuló varias veces la economía de EE.UU. para contrarrestar los efectos de tres crisis importantes –suprime, euro y pandemia–, lo que supuso que la cantidad de dólares en el mundo aumentara 10 veces, generando así una situación artificial de dinero barato que permitió a estimular la inversión y el consumo.

Si bien la flexibilización monetaria fue efectiva para reactivar el crecimiento, también significó patear algunos problemas al futuro. El detalle es que ese ‘futuro’ es este presente y esos problemas son la inflación y el sobrendeudamiento.

El aumento de precios en la mayor parte del mundo se explica, en gran forma, por la ‘impresión’ desmedida dólares, que se intenta corregir con un aumento de tasas de interés. El problema es que será insuficiente para frenar la inflación porque existe un segundo factor: la restricción mundial de la oferta de alimentos y energía.

Subir tasas sirve para restringir la liquidez, pero no para aumentar la cantidad disponible de bienes; y con escasez los precios seguirán subiendo como en Europa. Por ejemplo, la suspensión indefinida del suministro de gas ruso obligará a que cada familia europea pague en promedio €500 al mes por energía, el doble que en 2021 (Goldman).

Además, subir la tasa supone un duro golpe a la débil y sobreendeudada economía global. Gracias a las políticas de ‘dinero gratis’, hoy el mundo tiene una deuda que equivale al 350% del PBI (FMI) y, para ponerlo en perspectiva, por cada aumento del 1% en las tasas, el planeta tendrá que asumir un costo financiero equivalente al PBI de Alemania.

Ante esto, me atrevo a decir que estamos a puertas de la que muy probablemente será la peor crisis de la historia, en magnitud y en complejidad.


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