[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Es culpa de Reynoso, no de Messi. (Foto: Facebook)
[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Es culpa de Reynoso, no de Messi. (Foto: Facebook)

Resolvamos el entredicho del penoso desempeño del seleccionado nacional recurriendo a uno de los más agudos pensadores de la contemporaneidad nacional. Nos referimos a José Luis el Puma Carranza:

Si la ‘U’ es la ‘U’, entonces Messi es Messi y Reynoso es Reynoso.

Establecido ese juicio, procedamos a los hechos.

A estas alturas, la selección peruana lleva contabilizadas nueve (09) horas sin patear al arco rival. Nadie en su sano juicio desembolsaría lo que cuesta una entrada de eliminatorias en el Estadio Nacional por ir a ver a un equipo dirigido bajo este criterio. Que no es otro que el criterio de Juan Máximo Reynoso: no ganar.

Eso no afecta la honorabilidad ni el talento ni el entusiasmo de los jugadores que el mencionado técnico convoca y desconvoca según libre albedrío que nadie descifra. Tratando de encontrarle un raciocinio, lo más cercano a eso sería la consigna de desarmar todo lo que construyó Gareca.

Esa ruleta empieza por el nacionalizado por las puras Oliver Sonne y termina por el longevo y malhumorado Paolo Guerrero. El capitán debería derivar su ira hacia el técnico y su padre putativo, el presidente de la federación que lo puso ahí.

Entre estos dos extremos están los jóvenes jugadores de la Liga 1 que han sido ninguneados públicamente por su propio entrenador. Los ha acusado de inmovilidad, insulto refutable con los datos que recogió el profesor Bonillo en tiempos de Gareca. Mentir para salvar el poco pellejo que le queda es lo que en jerga futbolera se llama romper la interna. En castellano, deslealtad. Con ella ha renunciado a formar equipo.

Siempre es un honor ver jugar a la selección peruana y sentirse un solo país, coherencia vigente al menos durante los minutos que dura el “Contigo, Perú” en la previa. Siempre. Bendito sea ese humo opiáceo.

Pero Reynoso, acomplejado por la estela carismática de Ricardo Gareca, ganada a pulso por la confianza de un extranjero en los peruanos, ha pretendido borrar todo lo hecho e iniciar una nueva historia. El problema es que no sabe cómo hacerla. Y cada vez son menos lo que piensan seguir esperando que haga lo que no sabe hacer. Es como sentarse a esperar que una licuadora se vuelva helicóptero.

Gamarra nunca se equivoca. Si sacan camisetas peruanas con el nombre de Messi en el dorsal, es porque saben lo que está pasando: amamos nuestra selección, pero no están jugando al fútbol. Fútbol es lo que juega Messi.

Por eso, con los hechos consumados en las postrimerías del partido contra Argentina, los chicos se lanzaban a la cancha para tocar la esencia del más bello deporte: jugar como juega Messi, que juega como un niño, por amor al juego.

Uno de esos chicos, el que Messi recibió con un abrazo, fue recibido en su tierra, Aplao, Arequipa, como un héroe. Fue con su padre al estadio y nunca le contó de sus planes ya premeditados. Quería que gane Perú. Siendo eso imposible, también quería abrazar al mejor del mundo. Sentía el tiempo detenerse mientras corría hacia su ídolo. Cuando lo tuvo enfrente, este solo le dijo vení.

Que la tribuna reconozca que Messi es Messi no tipifica de traición a la patria. El honor nacional no está en juego en un partido de fútbol (Beckenbauer dixit, aunque podría hacerse una excepción cada vez que juguemos contra Chile).

Llevé a mi hijo al estadio por consideraciones históricas: tal vez haya sido la primera y única vez que vea jugar a Messi en vivo. El niño ama a su selección (y a Cristiano Ronaldo), pero algo crujía en su cabeza durante el partido. Por los destellos de Messi y por la opacidad de la selección.

Él nunca ha querido a Messi. Creo haber influido en esa antipatía. Mi fanatismo por Messi le ha hecho verme ser hincha sucesivo del Barcelona, del PSG y hasta del Inter de Miami (…), solo por seguir su juego. Su estructura germánica –es hincha cerrado del Bayern– no procesa esa promiscuidad al servicio de un solo jugador. Es que es el mejor del mundo, le explico. Y ahí sale con que ese es Cristiano.

Bien, lo vio a Messi en persona y concedió: sí, es bueno.

Al mismo tiempo vio derrumbarse a su selección. Como arquero titular algo conoce de la dinámica familiar que necesita un equipo, y del liderazgo paternal del técnico. No entendió cómo Gallese le tiró el celular a un niño. Sabe que los jugadores son buenos, pero no entendió nada de lo que planteó Reynoso porque no planteó nada. Era un equipo sin norte, sin ambición y sin espíritu.

Regresando del estadio en un taxi sobrepreciado, mientras veíamos grupos de gente descorazonada vistiendo la blanquirroja, apenas dijo tres palabras que debe de haber meditado todo el partido:

-Reynoso debe irse.

Nada más que agregar.