Hay cosas realmente importantes por las que valdría la pena preocuparnos. Por ejemplo, el calentamiento global o el estancamiento económico. Hasta la lesión de Lapadula, a solo semanas de las eliminatorias, debería calificar como dilema atentatorio contra el escapismo nacional. Complicaciones nos sobran.

Sin embargo, a pesar de todas las urgencias, hay temas menores que ocupan compulsiva e indeseadamente el espacio, tal como lo haría un pedo en un ascensor. En este caso se trata de las intrascendentes ocurrencias de quien durante repetidas oportunidades fuera expretendiente a ser el primer cónyuge de la nación, el señor Mark Vito.

Un sentido higiénico del tiempo obligaría obviar el tema. Pero entonces dos consideraciones entran a colación. Una de ellas es la curiosidad. ¿En qué se está convirtiendo una persona que, hasta hace poco, participaba del círculo íntimo de una de las protagonistas, para bien y para mal, de la política peruana contemporánea?

La otra de estas consideraciones es la misericordia. Es notorio que el señor Vito es un personaje que requiere atención desesperadamente. No solo desde una perspectiva emocional, sino que al parecer ha encontrado una manera de ganarse la vida de esta manera. Que, de paso, lo exonera de trabajar. Si atención es lo que reclama, no cuesta nada hacerle un poco de caso.

La historia de amor entre el nativo de Nueva Jersey y la señora Fujimori es dulce episodio que, sobre el papel, hubiera hecho victoriosa cualquier campaña electoral, pero no. Para Mark, fue un amor a primera vista al cruzársela en el Columbia Bussiness School y sentir una atracción inmediata e inexplicable. Así sistematiza el amor las películas románticas: como una emoción oftalmológica.

La insistencia de Mark, por no decir acoso, le valió ser invitado a cenar por las hermanas. Llegó con flores y simpatía, según protocolo. Pero el punto de inflexión que hizo bajar la guardia de las peruanas fue que, al terminar la cena, se ofreció a lavar los platos. Detallazo.

El episodio de su campamento en las afueras del penal de mujeres de Chorrillos fue menos amable. Encima acabó signado por el misterio turbio del chisme limeño. Mientras su esposa cumplía discutible prisión preventiva, el señor Vito convocaba prensa y cámaras al presuntamente atrincherarse en una carpa al lado del penal. La presunción viene a cuenta de versiones malévolas que sugieren que, en realidad, no pernoctaba sobre el suelo asfaltado de la avenida Huaylas. Según esta maledicencia, nocturnamente su cuerpo no desperdiciaba la soltería accidental que le ofrecía en bandeja la politizada Fiscalía peruana.

Años después llegaría el aviso de la separación y fin del matrimonio, episodio doloroso que el señor Vito tuvo la ocurrencia de inaugurar con la célebre reaparición en redes sociales mostrando una hasta entonces inédita masa muscular.

Entonces, empezó la caída libre para el señor Vito o, como él lo debe interpretar, el comienzo de su éxito. Había hallado un propósito de vida: recibir la antorcha de la ridiculización humorística del extranjero encendida antes por la recordada Ingebor Zwinkel, mejor conocida como la Gringa Inga.

Hay politólogos bien informados que aseveran que la transformación de Mark Vito en tiktokero fue una de las habituales iniciativas suicidas del partido de la señora Fujimori: sacarle jugo social al exesposo a través de las redes. Se les fue de las manos, que es lo que le sucedió al doctor Frankenstein con su creación hecha de cadáveres y electricidad.

Con sus músculos y balbuceos, el señor Vito ha logrado llamar la atención. Hoy en día suma 455,000 seguidores y ha cosechado 5.7 millones de “me gusta”, casi dos veces la población del Uruguay. Ha posteado minivideos con íconos nacionales como el muñeco Timoteo y doña Susy Díaz, que lo honró con su propio régimen alimenticio: La dieta de Mark Vito, después de hacerlo yo me quito.

Últimamente el señor Vito ha estado impostando un amorío con la vedette natural de Querecotillo, Cajamarca, Deysi Araujo. La señora Araujo es una sacrificada y valerosa mujer que llegó a Lima de niña para trabajar de servicio doméstico. Madre soltera, ha sorteado escaramuzas con avezados depredadores sentimentales de la talla de Juan Chiquito Flores. Mark Vito celebró su cumpleaños en la casa de Deysi en San Juan de Lurigancho. Llama la atención que una ilusionada Deysi declararía luego que lo que le emocionó fuera que Vito se ofreciera para lavar los platos, al parecer un modus operandi galante habitual del norteamericano.

Ojalá el señor Vito disfrute y monetice sus 15 minutos de fama y eso revierta a favor de sus hijas, que lo deben adorar. Porque los hijos no juzgan. Al menos no hasta que crecen y se dan cuenta de las cosas. Ahí es cuando eso se pone serio.