[OPINIÓN] Jaime Bedoya: La corrupción engorda la violencia,. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] Jaime Bedoya: La corrupción engorda la violencia,. (Midjourney/Perú21)

Los peruanos podemos ser crueles, pero nos encanta sentir lástima. Nos arropamos en el buenismo de la pena para relativizar cualquier asomo de responsabilidad. Así evitamos tener que definir una posición que necesariamente acabará disgustando a alguien. La verdad, por irremediable, suele ser tosca.

Lo nuestro es la comodidad del agua tibia, el punto medio entre la chicha y la limonada, el ahí nomás que alguna vez calibró Alonso Cueto. La hipocresía es una de nuestras maneras torcidas de la cortesía.

Ante lo que sucede con Mauricio Fernandini, antes que pena, habría que sentir coraje. En su acepción como enfado del ánimo, matiz que lo distingue de la rabia pura y dura. No es un accidente lo que vive; es la consecuencia de un acto que ha dilapidado la credibilidad que construyó durante años: ser parte de la cadena de transmisión de un soborno. Fue un engranaje descartable al que los peces gordos han soltado la mano.

Sada Goray no da ni rabia ni pena ni coraje, solo repudio. Apareció entre signos exteriores de ascenso social, ejemplo del mercantilismo vocacional. En campaña advertía del riesgo de un gobierno de izquierda, pero luego de las elecciones aceitaba a Castillo para hacer negocios. Esa amoralidad tóxica genera la metástasis que descompone el futuro y perfora el ánimo.

Pilar Tijero, la mujer que para instrumentalizar una coima tuvo la caníbal idea de buscar a su primo, suscita algo parecido a la misofobia, aversión a los gérmenes. No solo no tuvo reparos en involucrar a su pariente en un esquema delictivo, sino que luego lo entregó sin pestañear para no ir presa. Eso es llevar en las venas hielo y en la suela del zapato a la familia.

Si se diluyera el morbo por la desgracia ajena, dejaríamos de ver árbol y arbusto para reparar en el bosque: el dinero que Goray desembolsaba tenía como destinatario final, pinches mediante, al presidente de la República, Pedro Castillo.

La cleptomanía, la angurria y una política desnaturalizada entre la mafia y la violencia social están demoliendo el país. Los que creen contar con una ruta de escape en su linaje rebuscan entre los antepasados algún vínculo extranjero que les acerque al sueño del pasaporte europeo. Es la posibilidad de una vida más aburrida, pero próxima  a la normalidad.

A los que la genealogía no los ayuda las alternativas se les acortan. Un presente sin expectativas, en donde se ofrece el vacío de la violencia como supuesto acto de dignidad, no promete mucho. Tampoco el desierto de liderazgo y alternativas, rubro impregnado de la influencia envenenada de las Sadas Goray con que vivimos.

Hay algo que los políticos saben de memoria y usufructúan a mansalva: el hartazgo ciega y confunde, convirtiendo a la gente en manada autodestructiva. Y ahí la rabia se vuelve gasolina.

Con esas coimas que iban llegando, según expediente fiscal, a manos del primer poder del Estado, Castillo financiaba marchas y portátiles a su favor, en circular metáfora del nadie sabe para quién trabaja. Que ahora se revigoriza con la tercera Toma de Lima, en donde se convoca a la violencia no en nombre de una reforma de salud o mejores escuelas, sino bajo la inútil agenda de la nueva Constitución o, peor aún, la disparatada reposición presidencial de Pedro Castillo, idiotez agazapada bajo el mantra ganado a pulso del que se vayan todos.

Todos por los que nosotros mismos votamos, habría que agregar como disclaimer autoinculpatorio del absurdo.

La camarada Vilma, cabecilla del Militarizado Partido Comunista del Perú, arenga para que la Toma de Lima supere sus metas burguesas, aquello de tener las zapatillas listas, y se convierta en la toma del país. Mencionarla ahora es terruqueo, alegan quienes dicen que la narcoterrorista habla solo por los remanentes de Sendero, ese fantasma sin capacidad de financiar ni apoyar nada.

No les falta razón. Por más que la camarada Vilma funja de impulsadora, no todos los que marchan son terroristas, lo cual es tanto un alivio como un rasgo de desconcierto. Igual da, la violencia viaja gratis en esta espiral: el repudio lo generan personas como Sada Goray. La rabia la ponen aquellos que consideran que la democracia se define o a pedradas o a balazos.

Perversamente se está apostando por la cuota de sangre para probar la profecía autocumplida de Dina asesina, vicepresidenta de una plancha de izquierda que ahora necesitan vestir de derecha. Un gobierno mediocre, sin manejo político ni agenda social, que desprestigia sus orígenes ideológicos. Por ello no hay asco en ofrecerle carne al cañón. Como siempre, carne ajena: jóvenes, policías, el transeúnte que solo miraba un odio que no entiende.

Por más likes que genere, interpretar este desvarío como superioridad moral es un suicidio.