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[OPINIÓN] Hernán Díaz: “Incubando una tragedia”
Pero creo que esta vez quien desdibuja su destino y preludia su agonía es la indiferencia.
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Hace más de un año escribí en este mismo diario que Pedro Castillo no era la causa de nada, sino, más bien, la consecuencia de mucho. Era una bofetada que despertaba sin reparos a tantos que durante décadas durmieron el sueño de un país ajeno, lejano y desconocido. De un tiempo a esta parte, y para ellos controlada la tragedia, los perpetuos durmientes son nuevamente tentados por el abrazo de la indiferencia y regresan a sus colmados refugios de verano.
A este país se le ha intentado matar de muchas maneras: a punta de fusil, perpetuando la invencible pobreza monetaria y moral, o socavando cualquier proyecto de mejora educativa y cultural. Pero creo que esta vez quien desdibuja su destino y preludia su agonía es la indiferencia. Ni la triple crisis (política, social y económica), ni los escandalosos casos de corrupción, ni el anuncio del fin de su endeble democracia y sus pueriles instituciones consiguen despertar al ciudadano que se encierra en su cubil y prefiere no mirar por la ventana. Un hartazgo que se adhiere al patológico egoísmo se suma a la apatía, la mediocridad y el conformismo; en suma, una dosis mortal de indiferencia. Y, así, esta sociedad que nunca se asoció está ahora incubando una nueva causa para una futura trágica consecuencia. Hay tanta ignorancia voluntaria que proscribe cualquier intento de discusión, de debate o de transformación.
Términos como JNJ, TC, Defensoría, institucionalidad o legalidad son tan -voluntariamente- lejanos a la ciudadanía que permiten toda tolerancia a la falta de honestidad, principios, valores y justicia; todos ellos conceptos subyugados y, para muchos, hoy intrascendentes. Un nuevo tribunal siempre podrá ser elegido. Algún día el Congreso será nuevamente un Parlamento.
Algún día, la vocación de servicio regirá en Palacio, pero una ciudadanía que transita por el sendero de la indiferencia jamás será el motor de una verdadera democracia y la semilla de un país consolidado. Será siempre la condena de una república inconclusa y fracturada, como la que hoy nos pide a gritos un abrazo de supervivencia.
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