20 de agosto, Día del Niño. Urbanización Mariscal Cáceres, San Juan de Lurigancho. Es una mañana distendida en el barrio, se disfruta un campeonato de fulbito, hasta que un sujeto dispara a quemarropa ocho veces y mata a un joven de 25 años que se encontraba en pleno partido.

¿El motivo? Aparentemente como amedrentamiento, porque la organización del campeonato se negó a pagar cupos a una mafia de ciudadanos extranjeros que exigían pagar para dejarlos jugar. Un caso dramático, pero cotidiano. Extorsiones, sicariato, asesinatos selectivos. Por el otro lado, generales y demás oficiales, investigados por corrupción; fiscales que no acusan, aunque la flagrancia esté comprobada; jueces que archivan casos con pruebas contundentes y ni qué decir de la clase política cuyos representantes solo se representan a sí mismos y a su deseo enfermizo de acumulación de capital. Indefensión total. Un poco más allá, ecuatorianos votando con chalecos antibalas. Argentinos armándose para defender sus negocios frente a olas de saqueos; y ya sabemos lo contagiosa que es la región.

En el Perú, según Latinobarómetro, el 91% de los encuestados está descontento o insatisfecho con la democracia como sistema de gobierno. No les resulta. A la interna, mucha gente preguntando por Sucamec. Y es que se oyen voces entre los pasillos: si no se encargan ellos, nos encargamos nosotros. Voces que a la primera parecieran tener un tono anárquico, pero que detrás solo reflejan miedo, hartazgo, ira y frustración.

De Bukele, ya sabemos. De Milei, que, además de sus propuestas anarcocapitalistas, también está la desregulación del mercado legal de armas y proteger su uso legítimo y responsable por parte de la ciudadanía. Ambos apellidos, cada vez más clamorosos entre los peruanos. Cómo podemos ser tan ciegos y no darnos cuenta de que estamos disparándonos al pie. Ese que cree que puede levantar un edificio de cinco pisos sin licencia en pleno Valle Sagrado no se da cuenta de que probablemente mañana lo tendrá que defender a punta de plomo y sangre.

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