Petroperú es un caso cercano a nosotros de la falacia del costo hundido. (Foto: GEC)
Petroperú es un caso cercano a nosotros de la falacia del costo hundido. (Foto: GEC)

Los individuos tenemos la tendencia a pensar que una situación que no da para más de alguna manera se revertirá dedicándole más recursos, ya sea dinero y energía en el caso de una inversión, o tiempo y ganas cuando se trata de una relación personal, cuando lo racional es no seguir haciéndolo. Esto tiene su origen en nuestro deseo innato de evitar pérdidas y justificar nuestras acciones pasadas. Muchas veces enfrentamos la disyuntiva de seguir apostando por un negocio que nos genera pérdidas, mantener una mala relación; o la alternativa de tomar la dura decisión de cortar las cosas por lo sano, y preferimos optar por lo primero. Nos ha pasado a todos.

Esto es lo que los economistas conocen como la falacia del costo hundido, aunque se extiende a otras áreas como la psicología o la sociología, ya que se trata de un sesgo cognitivo muy común en el comportamiento humano, a quienes nos cuesta admitir el fracaso o evidenciar una pérdida. Los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman presentaron la idea de este sesgo cognitivo en 1972, sentando las bases para futuras investigaciones. En 2002, Kahneman recibió el premio Nobel de Economía por su trabajo sobre los sesgos cognitivos en la toma de decisiones empresariales, que incluía esta falacia. Los investigadores en economía del comportamiento han identificado varios factores psicológicos que alimentan el efecto del costo hundido, incluyendo la aversión a la pérdida, el optimismo poco realista, y sentirse responsable por la mala decisión; todo lo que nos hace diferir tomar una decisión difícil.

Hay innumerables ejemplos de falacias de costo hundido, ya que se aplica a situaciones muy diversas desde algunas triviales como salirse del cine para dejar de ver una película que nos parece mala, a otras más complejas como retirarse de una carrera que no nos gusta o de un trabajo que no soportamos, a rehusarse a realizar una pérdida vendiendo una mala inversión, liquidar una empresa o terminar una relación personal que ya no nos satisface. El temor a perder lo ya invertido explica este sesgo cognitivo que ha sido estudiado ampliamente. A todos nos cuesta responder a la pregunta ¿cuánto más estoy dispuesto a perder?

En el mundo empresarial uno de los ejemplos más saltantes fue el del avión Concorde, una inversión de los gobiernos británico y francés a la que inyectaron dinero durante más de tres décadas a pesar de saber que nunca sería rentable, simplemente por no aceptar perder lo invertido. Petroperú es un caso cercano a nosotros de la falacia del costo hundido. Nos cuesta reaccionar racionalmente y reconocer las ingentes pérdidas en la empresa y en su ya famosa refinería de Talara que urge cortar por lo sano. Nos volvemos irracionales y empezamos a tomar decisiones en contra de nuestros intereses por no querer aceptar una mala decisión que originará perdidas. Y cuando el Gobierno está de por medio es más fácil postergar la decisión porque la pérdida se la pueden trasladar a otros.

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