A riesgo de caer en el simplismo político, esbozaré aquí una apreciación de lo que nos está pasando, de manera que pueda ser entendida hasta por el prosor.
Nuestro día a día político es el epítome del desorden generado en el último lustro con la llegada de la informalidad a las más altas esferas de todos los niveles de gobierno.
Y uno diría: bueno pues, en un país en el que más del 70% de la población se desenvuelve y piensa informalmente, es lógico que sea esa mayoría la que gobierne… dejemos de rasgarnos las vestiduras.
Pero, ¡cuidado! Esa mayoría informal vive y funciona dentro de un país oficial gracias a una minoría formal que aporta los impuestos de los que vive el gobierno y de los que se beneficia el “pueblo” más necesitado a través de los programas de asistencia social. Esa minoría formal mantiene una estructura articulada que permite que el Perú siga comerciando con el mundo y que no seamos –como otros tristes ejemplos– considerados parias de la comunidad internacional.
Entonces, profesor: gobierne con sus informales para beneficio del “pueblo”, pero no sea tan inepto de matar al pollo (por usar su paradoja) que le da de comer. Cuide a las mineras. Haga cumplir las leyes. Ponga orden en las comunidades. No obstaculice el crecimiento de la agroexportación. Genere condiciones reales para atraer la inversión privada. Flexibilice las leyes laborales. Los inversionistas también tienen derechos. Entre otros, escoger con quiénes trabajar.