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[Opinión] César Luna Victoria: Un minuto de silencio no basta
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¿Recuerda la pandemia? Lloramos a nuestros muertos en privado, pero en público el pánico como que pasó. Ahora mismo, los chicos programan enfermarse. Tengo fiestas por delante, especulan, fácil que en alguna me contagio, será solo un resfrío feo. Claro, con tres dosis de vacuna encima, el COVID-19 se toma a la ligera. Pero hace apenas dos años la gente se moría por miles, cuando no había vacunas, ni balones de oxígeno, ni siquiera mascarillas. Cuando nuestros héroes eran los médicos y las enfermeras que arriesgaban sus vidas porque tenían unos trajes improvisados que no los protegían de nada. Han sido 214 mil los muertos, tres veces más que todas las muertes por el terrorismo, mucho más que en todas nuestras guerras juntas. Somos la vergüenza de ser el país en el que más gente murió en el mundo, en proporción a la población total. Una desgracia, pero me contestará que murieron en todas partes, que ningún lugar se salvó. Ya, pero aquí la negligencia acumulada fue criminal. Cientos de miles se hubiesen salvado si las postas de salud hubiesen estado mínimamente equipadas. Al inicio de la pandemia teníamos solo 100 camas para cuidados intensivos, un solo laboratorio para pruebas moleculares y no había suficiente oxígeno medicinal. Teniendo tanto dinero por la bonanza económica, descuidamos irresponsablemente la inversión en salud pública. Por eso nos encerraron en cuarentena, porque había que retrasar los contagios para ganar tiempo mientras se conseguía con qué defendernos.
Era una lotería, porque si te contagiabas en aquel tiempo, no importaba cuánta vara ni plata tuvieses, ni cuántas misas ni cadenas de oración se rezaran por ti, el Estado no te podía salvar, te morías igual. Todos los sobrevivientes fuimos dolientes, porque cada quien tuvo alguien muy querido que murió. Entonces, le pregunto, si la pandemia nos igualó con tanta muerte, ¿qué hicimos? Porque lo obvio hubiese sido que, como sociedad, nos hubiésemos rebelado ante tanta negligencia, que naciera un movimiento nacional para exigir un mínimo de humanidad en el gasto público, para que nunca más nadie muriese por falta de un poco de aire puro. Pero en lugar de esa solidaridad, la política cotidiana nos distrajo. Que Martín Vizcarra es un corrupto, que el Congreso lo vaque, que Manuel Merino es el nuevo presidente, que es un viejo dinosaurio, que tampoco debe ser él, que hay que salir a las calles para que renuncie, que Brian Pintado e Inti Sotelo son los nuevos mártires, que Francisco Sagasti es la voz, que Keiko Fujimori nunca más, que, ya que importa, Pedro Castillo presidente y, ahora, que se vayan todos.
Por eso, el minuto de silencio por las víctimas de la pandemia que pidió el presidente Castillo en su mensaje a la Nación supo a triple burla. Una porque ya lo había pedido Vizcarra en su mensaje en 2020 y toda repetición es una ofensa. Otra porque, a dos años de la pandemia, el Estado sigue igual de negligente en la política pública de salud. Pero la tercera burla es la de nosotros porque, además de misas de aniversario y flores en el cementerio, ¿qué más hemos hecho? Casi nada. Que la política oficial esté hasta el perno, pasa. Pero que nosotros también, no tiene perdón de Dios. Estamos en una encrucijada, si tanta muerte no nos ha unido para actuar como una nación, no merecemos ningún futuro. Por eso, como en el poema de John Donne, si tocan las campanas no es por nuestros muertos, tocan por nosotros, para recordarnos que debemos unirnos, que la política menuda no distraiga, que resiliencia tras resiliencia, se va reivindicando tanta muerte, y se va construyendo una sociedad mejor.
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