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[Opinión] César Luna Victoria: Reina, pero no gobierna

Isabel II y Franz Beckenbauer se conocieron el 30 de julio de 1966 en el antiguo estadio de Wembley. Esa tarde, la reina había pasado a saludar a los jugadores que disputaban la final del mundial de fútbol. Beckenbauer aún no era capitán de Alemania, pero ya destacaba. El partido lo ganó Inglaterra. Pasó a la historia por varias razones. Alemania empató en el último minuto y fue la primera final en que se habilitó tiempo suplementario. En ese tiempo adicional, Inglaterra metería los dos goles que le dieron la victoria. Al primero se le conoce como el “gol fantasma”, la pelota dio en el travesaño y rebotó en la línea sin cruzarla. En estos tiempos de VAR no lo habrían validado. La reina tendría unos 40 años, el futbolista apenas la mitad. Aunque sus funciones eran distintas, en el fondo se parecerían muchísimo.

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Isabel II y Franz Beckenbauer se conocieron el 30 de julio de 1966 en el antiguo estadio de Wembley. Esa tarde, la reina había pasado a saludar a los jugadores que disputaban la final del mundial de fútbol. Beckenbauer aún no era capitán de Alemania, pero ya destacaba. El partido lo ganó Inglaterra. Pasó a la historia por varias razones. Alemania empató en el último minuto y fue la primera final en que se habilitó tiempo suplementario. En ese tiempo adicional, Inglaterra metería los dos goles que le dieron la victoria. Al primero se le conoce como el “gol fantasma”, la pelota dio en el travesaño y rebotó en la línea sin cruzarla. En estos tiempos de VAR no lo habrían validado. La reina tendría unos 40 años, el futbolista apenas la mitad. Aunque sus funciones eran distintas, en el fondo se parecerían muchísimo.
Beckenbauer fue el mejor líbero de la historia. En las tácticas de esa época, el líbero era un defensa central, sin el encargo de marcar a nadie, pero con la responsabilidad enorme de ser la última trinchera delante de la del arquero. Debía inmolarse antes de que pasaran los atacantes. Técnica para defender y coraje para el sacrificio. No obstante, recuperada la pelota, el líbero se lanzaba al contraataque. Visión de campo para organizar y físico para correr toda la cancha. Beckenbauer fue un extraordinario defensa, un hábil mediocampista y un delantero agresivo, todo junto y al mismo tiempo. Trabajaba para que otros metieran los goles. En la semifinal con Italia, en México 70, en lo que se conoce como el “mejor partido de la historia”, Beckenbauer jugó el tiempo suplementario con la clavícula rota, símbolo de su entrega. Ya de capitán, Alemania campeonó en 1974 y, como entrenador, en 1990.
De Isabel II se decía que reina, pero no gobierna. Es cierto, la política británica la dirige el Parlamento y la administra el primer ministro y su gabinete. La reina tuvo en el papel algunas atribuciones relevantes, como la de elegir al primer ministro o autorizar las leyes. Pero la tradición constitucional mandaba que eligiese al líder del partido que controlaba el Parlamento y que aprobase todo lo que este le enviaba. Así que ni ese poder tenía. Solo era un personaje protocolar, buena para presidir ceremonias y poco más. En cambio, su importancia la construyó ella misma.
Durante la Segunda Guerra, mientras llovían bombas sobre Londres, se metió al ejército en lugar de refugiarse en Canadá, como gran parte de su familia. En medio del dolor por la muerte de su padre, su primer discurso y el mejor de todos fue: “…declaro delante de ustedes que mi vida entera, sea larga o corta, la dedicaré devotamente a servirlos”.
Esas dos cosas le dieron una autoridad moral que su inexperiencia y juventud, en el inicio, no le daban. A partir de allí, a través de 600 patronatos y ONG se metió en la vida cotidiana de los británicos, conoció de cerca sus problemas y ellos vieron un esfuerzo por aliviarlos. Sin el encanto de Lady D, a la larga, llegó también a sus corazones. La fuerza del cariño y no la corona le permitió influir en los 15 primeros ministros que nombró en sus 70 años de reinado. Se convirtió así en una barrera moral para evitar desastres y en un trampolín para promover mejoras, dejando a otros las primeras planas. Por ese servicio, tan callado y casi eterno, la quisieron y la lloran.
El marketing y la vanidad de los actores, o su codicia, ha contaminado la política. Se olvida pronto que la política es, en esencia, servir. Incluso cuando no hay prosperidad, acompañar dolores vale mucho. Antes que ideologías, planes y políticas públicas, hace falta aprender a servir.