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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “La marihuana del adelanto de elecciones”

“El adelanto de elecciones no resuelve la enfermedad terminal, pero alivia el dolor. Apostemos, entonces, a que el adelanto de elecciones amaine la protesta...”.

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Los gerentes generales (CEOs, por sus siglas en inglés) son apreciados para dirigir empresas porque, entre otras habilidades, saben negociar. Los problemas no les llegan del laboratorio en el que planifican mercado, ventas y utilidades; les llegan de la vida real, en la que deben conciliar intereses de accionistas, clientes y proveedores. Muchas veces son caprichos sin sentido, o reclamos excesivos o, simplemente, obligaciones que no se pueden cumplir por falta de dinero. Navegar entre esas turbulencias no es fácil. Tienen que ser como los generales en guerra, elegir las batallas que se pueden ganar, dosificar el suministro de víveres y municiones, pero, sobre todo, entender al adversario. El espionaje es para saber qué quiere y por dónde vendrá. Se le llama servicio de inteligencia, por algo será. En las ciencias sociales se le llama empatía. Ese querer saber, que sobra en los negocios, nos falta en política.
Veamos algunos casos. En el conflicto de Bagua de 2009, el gobierno de García aprobó leyes para extraer madera y producir aceite de palma, camino a tener un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Pero las comunidades nativas exigían el derecho a ser consultadas previamente, según lo concedía el Convenio 169 de la OIT. Nos pusimos de acuerdo, pero, luego de 33 muertos, 135 heridos y 55 días de bloqueos de carreteras. En el conflicto de Conga 2012, el proyecto minero suponía cerrar una laguna y habilitar otra. Los estudios de impacto ambiental estaban aprobados, pero el 78% de la población estaba en contra (Ipsos). Al final, el gobierno de Humala dijo que Conga no iba. Se necesitaron cinco meses de paros y bloqueo de carreteras. Epílogo: la protesta se convierte en violenta como último recurso, cuando el poder formal no reacciona a tiempo, cuando se necesitan muertos como argumento.
La historia se repite. La gente pide adelanto de elecciones, ya son 50 los muertos y la protesta crece. Cien mil despidieron a los 19 fallecidos en Juliaca. Hay imágenes de dolor: la del policía Soncco quemado vivo en su patrullero; la de la madre del dirigente Candia, muerto de bala, cantándole en un quechua que no conocemos, pero del que entendimos su lamento; o morir adolescente, como murieron Elmer, Bryan y Yamileth. Hay imágenes de rabia: policías rebasados por multitudes que los agreden con piedras; uno de ellos convulsionando en medio de la pista sin que sus compañeros lo puedan socorrer; ambulancias apedreadas con enfermos que mueren por no llegar a tiempo; y filas de camiones transportando gentes para las protestas, financiadas por la minería ilegal.
Un buen CEO no leería solo los reportes de Willax, que miran a un lado, sino también los de Wayka, que miran para el otro. Identificaría todos los hechos e interrogaría todas las explicaciones, aunque no gusten. Se colocaría en el peor escenario, en el que pierde más, y solo a partir de allí propondría un plan de emergencia. Entonces, por encima del dolor y de la rabia, vería que el Estado hace rato que no funciona. El reclamo final es ese. La renuncia de la presidenta, el cambio de gobierno o una nueva Constitución son una manera de exigir que el Estado funcione. Esa es nuestra enfermedad terminal. La protesta violenta y todos sus muertos son solo el dolor insoportable que trae. El adelanto de elecciones no resuelve la enfermedad terminal, pero alivia el dolor. Apostemos, entonces, a que el adelanto de elecciones amaine la protesta y el proceso electoral abra la posibilidad de entendernos. Usted me dirá que es una posibilidad remota, pero es lo que hay y es la esperanza que tenemos para curarnos.
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