(Foto: César Campos / GEC)
(Foto: César Campos / GEC)

A Ronald le faltaba una pierna, se la habían cortado por un cáncer. No tenía prótesis y se apoyaba en unas muletas rudimentarias. Su discapacidad apenas se notaba. Siempre andaba alegre y eso era lo que la gente miraba. No le impidió vivir como quería. Se divertía jugando fútbol como cualquiera y subsistía cachueleando como todos. Un día consiguió trabajo formal en un call center internacional. Salario mínimo, pero tenía Essalud y eso hacía la diferencia. La empresa sabía que sus trabajadores se irían pronto por unos soles más. Pero decidió que su responsabilidad social no estaba fuera sino dentro. Apostó a mejorar a sus trabajadores, aunque estuviesen de tránsito. Organizó talleres para vencer miserias, marginaciones y violencias. A Ronald, que le sobraba autoestima, los talleres le sirvieron para otra cosa, saber que podía ser un líder. Estaba en eso cuando renunció y desapareció. Lo encontraron poco después en el hospital, alegre, aunque el cáncer le venía ganando. No sabía que podía pedir descanso médico ni que el seguro lo seguiría asistiendo. Ni siquiera en esos trances se quiso aprovechar. La autocompasión no era lo suyo. Moriría a la semana siguiente. Mucha gente le lloró.

A Godiva solo le decían Godiva, sin el Lady. Quizá no sabía que su tocaya, una condesa en la Inglaterra medieval, cabalgó desnuda, cubierta solo de su larga cabellera, como reto para que su marido bajara los impuestos a sus vasallos. En cambio, nuestra Godiva andaba a pie, con armadura de refuerzo, o algo parecido, unas varillas metálicas a lo largo de sus piernas debilitadas por la polio. No le había llegado ni vacuna ni tratamiento. Vivía en un cuartucho en una azotea, compartido con una amiga. Su historia también cambia en el call center. Aunque el salario seguía siendo mínimo, la formalidad le fue agregando pequeñísimas comodidades. Primero cuarto independiente, luego hervidor y termo, luego un televisor y así, a plazos y en cuentagotas, con ilusión. Pasó lo previsible, cambió a otro trabajo por un poquito más. Cuentan, quienes la han vuelto a ver, que Godiva no habla de sus prosperidades, solo dice que está feliz de poder cuidar y proteger a su hija, que ya estudia.

Tenemos millones de estas historias, en las que ni la pobreza ni la incapacidad amargan la vida. Personas que superan adversidades, que se adaptan a lo que venga, que por sus hijos todo. Estas historias, convertidas en casi nueve millones de votos, llevaron a Pedro Castillo a la Presidencia. Apostaron por un profesor de primaria de un pueblito entre los Andes, para que alguien de abajo gobernara, con la esperanza de que, esta vez, no les fallaran. Pero les ha fallado a la bruta, con un Gobierno que sabe a estafa. Por eso, aunque enorme, el daño más grave no es a la economía ni a las instituciones. El daño mayor será si por el engaño del presidente se cambia la ilusión por la frustración, porque la violencia estará a la vuelta de la esquina. Por eso, ahora que vienen Fiestas Patrias, no olvidemos esas historias, porque están llenas de esperanza, porque debemos trabajar, como el call center, para que sigan vivas, para que seamos mejores. Ese es el Perú, señores.

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