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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “En camarines, con la Constitución”

“La Constitución podrá quedar. Pero hace falta un pacto político para ese nuevo paradigma y un líder que lo proponga y que la gente crea en él”.

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Quizá no necesitamos una nueva Constitución, pero ese no es el punto. Hemos tenido montones de ellas, para todos los gustos, ninguna cumplida del todo. Solemos debatir a partir de lo que la Constitución tiene escrito, de los derechos y obligaciones que propone. Pero lo que realmente vale es el pacto político que la sostiene, usualmente un paradigma. En los últimos 60 años hemos tenido dos, uno con Velasco y otro con Fujimori, cada uno con su éxtasis y su agonía.
Con Velasco apareció el Perú completo. La Reforma Agraria destruyó la propiedad de la tierra, pero incorporó en la política a millones de campesinos. Túpac Amaru II fue el nuevo libertador. “Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza”, fue el lema político. “Contigo, Perú” fue el nuevo himno nacional. Con la asamblea constituyente y la Constitución de 1979 (gobierno de Morales Bermúdez) se reconoció el quechua y el aimara como lenguas oficiales y se dio voto a los analfabetos. En 1980 pudieron votar millones de peruanos por primera vez, amanecía el paradigma de una patria para todos, igualados en el voto. No llevamos 200 años de República, apenas 43. No obstante, en esas elecciones de 1980, irrumpió Sendero para destrozar las ánforas en Chuschi, Ayacucho. Simbólicamente, Sendero nació boicoteando la promesa política de una patria nueva. La hiperinflación terminó de matar la ilusión.
Derrotado Sendero, con Fujimori apareció el mercado. Funcionó: liberó precios, eliminó inflación y promovió inversiones. Poco a poco se fue generando riqueza, se distribuyó mejor o simplemente chorreó. La pobreza retrocedió como nunca. Los desempleados pasaron a ser microempresarios o emprendedores. Si no podías comprar cosas de marca, comprabas la bamba. De igualados en el voto a igualados en el consumo, de ciudadanos a consumidores. Al Estado solo le dimos unas cuantas islas de eficiencia: BCR, MEF, SUNAT, SBS, Indecopi, para todo lo demás estaba el mercado. Luego llegó Toledo: “Déjeme, señor Fujimori, construir el segundo piso de la democracia”. En cambio, nos dieron la mayor corrupción de nuestra historia. Otra promesa incumplida. El COVID-19 demostraría que ni siquiera el mercado funcionaba.
Las gentes no se ilusionan con planes de gobierno, menos con un texto constitucional complejo, que no leen y entienden poco. Pero es un error creer que no saben lo que quieren. Para eso están los paradigmas que, como toda esencia, simplifica las promesas políticas. La patria para todos de Velasco y el mercado para todos de Fujimori fueron eso, ideas simples que las gentes entendieron, pero sobre todo creyeron que les traería mejoras para su vida cotidiana. Al principio, los procesos políticos los hicieron realidad y las gentes vieron los beneficios. Por eso salieron a las calles a vitorear al líder de turno como un verdadero redentor. Cuando el paradigma empezó a fallar, también salieron a las calles, pero para protestar, como ahora.
La violencia de estos tiempos se explica por la frustración. Se prometió patria, pero no la tuvieron todos. Se prometió mercado y tampoco lo tuvieron todos. El COVID-19 ha potenciado esa frustración, porque nos hizo más pobres y el dolor por tanta muerte no se ha ido. Cuando reclaman adelanto de elecciones y una nueva Constitución, están en verdad reclamando un nuevo paradigma, una nueva esperanza. El nuevo pacto político debería ser la suma, porque patria y mercado para todos no son excluyentes. Agregaría que, como andan los tiempos, tendrá que ser en democracia. Es un buen punto medio, no hay mucho que inventar. La Constitución podrá quedar. Pero hace falta un pacto político para ese nuevo paradigma y un líder que lo proponga y que la gente crea en él. Eso falta.
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